Opinión

El marchador y el olvido

El  primer medallista olímpico español en la disciplina de atletismo, se encuentra en estado de muerte biológica tras sufrir un infarto de miocardio irreversible. Jordi Llopart había destacado en la modalidad de marcha atlética y fue un pionero glorioso en una disciplina que, en su tiempo, alentaba bromas y comentarios profundamente irrespetuosos cuando los marchadores salían a la calle a ejercitar su deporte. Así lo comentaban estos días sus herederos, atletas de finales del siglo XX y siglo XXI que le deben su iniciación en este deporte y tenían al atleta catalán en los altares porque había sido una figura muy grande, alcanzando honor y reconocimiento partiendo prácticamente de nada. En el tiempo en el que Llopart obtuvo sus memorables triunfos que lo convirtieron en referente histórico para las generaciones de deportistas nacionales futuros, un marchador apenas era conocido y mucho menos apreciado, y como contaba su legítimo heredero, el incombustible Jesús Ángel García Bragado, lo único que se ganaban él y sus compañeros  cuando corrían era inspirar la malicia del público con el que se encontraban por la calle: “Deja de menear el culo” contaba que le gritaban por la calle el marchador madrileño recordando viejos tiempos. Llopart fue su héroe y estaba sumamente pesaroso tras conocer la noticia.

La desventura es sin embargo mayor al conocer la suerte que corrió el emblemático atleta tras su prematura retirada, y el drama en el que se convirtió su vida. A Llopart no se le permitió tomar parte en los Juegos Olímpicos de Barcelona que era su ilusión más querida. Eran los suyos, los de su ciudad, los de su casa y lo últimos de su trayectoria deportiva. Oro en los europeos de 1978, plata en los Olímpicos de Moscú, sobrevivía con una pensión de 500 euros con dos hijas y prácticamente en la indigencia. Y si bien es verdad que el Consejo Superior acudió en su ayuda un par de veces, nadie en la Generalitat movió un dedo por rescatar a un catalán honorable y campeón –“yo pido trabajo no limosna”, decía- por la sencilla razón de que no era de los suyos. Él mismo denunció que el gobierno catalán le había convertido en un maldito. Hoy, seguro que le tributarán homenajes y le concederán una medalla a título póstumo. Todo pura mentira… Tenía 68 años.

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