Opinión

Los que van al contrario

Cada vez que cualquier soporte televisivo me suministra imágenes del Parlamento británico no puedo sustraerme a la tentación de preguntarme a mí mismo cómo se puede hacer política parlamentaria en un entorno tan incómodo y antipático. Habituado a la amplitud y perspectiva de las salas que acogen las Cámaras en la mayor parte de las Cortes europeas, la Cámara de los Comunes del Reino Unido se antoja angosta y asfixiante. Gobierno y oposición están separados simplemente por una mesa estrecha y cuajada de librotes y cachivaches, y ambas fracciones se miran directamente a los ojos en el transcurso de sus intervenciones. No hay un atril para los intervinientes, y el que toma la palabra debe apoyar sus apuntes sobre uno de esos tomos gigantescos que descansan a un lado y a otro de la repujada tabla milenaria plantada en mitad de una estancia angosta sita en el palacio de Westminster en la que toman asiento, apretujados y sin apenas espacio para moverse sin atizarle un codazo a su vecino de escaño o una patada al de más abajo, un número total de 650 elegidos del pueblo llano que representan  a los correspondientes distritos electorales. En un país que está geográficamente en el entorno continental,  pero que conduce por el lado contrario, no ha aceptado adecuar ni su moneda ni su sistema de pesas y medidas al resto de los que con él comparten esa pertenencia, y para colmo de males ha decidido mediante plebiscito  separarse con carácter unilateral de la Unión Europea, la excéntrica configuración del lugar donde se dictan sus leyes parece lo de menos. Pero no cabe duda de que asomarse aunque sea en la distancia, a una de sus sesiones transmite a los foráneos una impresión impactante. Uno entiende con mayor propiedad por qué el país en el que se celebran estas pintorescas actuaciones parlamentarias camina en sentido contrario a todos sus compañeros europeos. Más ahora que han cometido el despropósito histórico de separarse. El brexit es tan absurdo que muchos británicos actuales se preguntan si no habrá manera de arreglarlo convocando otra cita en urnas. Desgraciadamente eso es imposible. La señora May debe estar buscando a David Cameron con un mazo para abrirle la cabeza por idiota.
 

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