Opinión

Los pactos históricos

La propuesta del presidente Sánchez para formalizar un gran pacto de reconstrucción económica, social y financiera cuando finalice esta larga hibernación obligada por la pandemia, semeja tener un aspecto muy parecido al que tenía la oferta cursada por el mismo personaje cuando invitaba al resto de las fuerzas a colaborar para la formación de Gobierno. Sánchez sigue pensando que tiene méritos y reconocimientos suficientes como para liderar este acuerdo, y no se aviene a entender que esta segunda versión de los famosos pactos de la Moncloa no puede ni debe edificarse sobre la base de una generosa subordinación a sus únicos planteamientos. Que esos pactos han de responder necesariamente a los acordes de un movimiento de consenso y que la operación no puede plantearse sobre las bases de un aguzado egoísmo que es el que, por el momento y desde el mismo instante en que recuperó su influencia en el partido en el que milita, define todas las actitudes del presidente.

El problema, sin embargo no es que Sánchez lo entienda. De hecho, estos importantes matices  sobre los que gravita la posibilidad de obtener este arreglo, los conoce el presidente a la perfección, lo que pasa es que no quiere y en el ejercicio de reflexión histórica que los más veteranos de la clase podamos hacer con los pactos de la Moncloa como referencia, siempre estará presente la generosa actitud de Adolfo Suárez como maestro de ceremonias y lúcido conductor del proceso. Suárez persiguió tozudamente uno a uno a todos los líderes políticos propios y ajenos, se ganó su confianza, los invitó a conversar, los llamó cientos de veces por teléfono, trató de trasmitirles su confianza en la buena voluntad y la capacidad patriótica de cada uno, se puso pelma, se humilló si hizo falta, y jamás hizo alarde de ello. Su ejemplar actitud demolió defensas, derribó torreones de orgullo y abrió las puertas. Los pactos de la Moncloa se llevaron a cabo, nadie salió perdiendo de ellos, nadie los capitalizó, y todos sus protagonistas ayudaron generosamente a reconstruir un país que estaba al borde mismo del precipicio.

No es esta imagen que Suárez dejó para la Historia la que se adivina tras el copete canoso con el que Sánchez sale al ruedo. Y hace mal el presidente porque con rostro de magnífico no se gana uno al banco de enfrente. La oposición no se fía de él. Tampoco se fía Iglesias, pero a él no le queda más remedio porque, sea como sea, Iglesias ya forma parte de este disparatado y desventurado gobierno. O a lo mejor, por eso…

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