Opinión

Lo que hay

Cohabitan, en la historia del parlamentarismo español  numerosas anécdotas producidas en distintas épocas, que proclaman el carácter heterogéneo del foro político nacional por excelencia y la más heterogénea procedencia y reacción de sus protagonistas. Los diarios de sesiones son pieza codiciada para esos historiadores que prefieren la búsqueda de los chascarrillos, y la letra menuda del diálogo habido en Congreso y Senado desde que las Cortes comenzaron a reunirse periódicamente en los tiempos más o menos coincidentes con las que firmaron la Constitución del 12 en los albores del sistema que hoy nos ampara.

Desde el famoso “jamás, jamás, jamás” de Juan Prim en directa referencia a los Borbones, hasta “yo tengo las espaldas muy anchas señor Casares Quiroga” que dijo Calvo Sotelo en su última comparecencia antes de ser asesinado, las frases para la historia son abundantes. “Joder qué tropa”, expresó iracundo el conde de Romanones cuando lo dejaron tirado en su deseo de ser académico los que le habían garantizado su voto. “Para aguantar esta situación –advirtió Castelar a los que le convirtieron en presidente de la fallida I República- me van a hacer falta muchos carabineros y muchos guardias civiles”. “Manda huevos” susurró Federico Trillo desde su puesto de presidente del Congreso creyendo que el micro estaba desconectado. “Puedo prometer y prometo”  aseguró Suárez por tres veces para respaldar su proyecto de Constitución, “Cuando se cierran las puertas de la Justicia se abren las de la revolución” dijo Sagasta en una de sus más brillantes intervenciones en el Hemiciclo…

Son retazos de nuestro patrimonio político, social, cultural e histórico que, desventuradamente, no ha recibido otras incorporaciones recientes porque los de ahora apenas tienen capacidad para abrir la boca. Ayer, la vicepresidenta Carmen Calvo protagonizó en el Parlamento una tan delirante respuesta a una pregunta formulada por el diputado Espinosa de  Vox que hasta sus compañeros de coalición prefirieron mirar para otro lado. De hecho, esta ausencia de autoridad y peso específico delata a semejantes gobernantes. Ábalos las pasó amargas ante cuatro o cinco comerciantes de la estación de Atocha que le pusieron las peras al cuarto. Es lo que hay. Y no hay más.  

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