Opinión

Las visitas peligrosas

No es la primera vez que un personaje con pedigrí duda en público de la idoneidad de un ministerio de Cultura. En este caso, quien así se ha expresado es Óscar Tusquets, uno de los protagonistas más representativos de la Cataluña creativa de  los años sesenta. Arquitecto, escritor y diseñador mundialmente reconocido, Tusquets ha puesto en limpio sus memorias en un libro en el que pasa revista a todos los hechos gloriosos y menos gloriosos que impulsaron hacia la salida del túnel a la España opaca del tiempo, una España siniestra y de luto que recibía luz por los agujeros que abrían en su corteza numerosos y heroicos intelectuales a base de esfuerzo y jugándose el bigote a cada paso. Tusquets, como todos los sujetos de aquel tiempo que han llegado en razonables condiciones a este que vivimos –yo estoy entre ellos- se esfuerza por comprender situaciones y hechos que se desenvuelven en su entorno y que le son completamente ajenos. Como quiera que no los es fácil entenderlos por mucho esfuerzo que pongamos en el empeño, tira la toalla y recurre a la ironía, un método que solemos emplear todos los que estamos en esta situación. Más vale tomarse las cosas con humor que a la tremenda.
Naturalmente está convencido de que, en un país democrático y sólido en estructuras que permitan cultivar la libertad y el respeto, sobra un ministerio de Cultura, sentimiento que siempre he compartido. La Cultura no puede ser un agente que se trate de oficio ni cabe suponerla dirigida y repartida por un estamento oficial, porque corre peligro cierto y en la mayor parte de los casos acaba convertida en un instrumento político manejado desde el poder y supeditado al ideario de los que lo ostentan. Recuerdo el mal uso y abuso que hacía Franco de la Cultura y sus múltiples facetas. Cada vez que pienso en el dirigismo absoluto que en un ámbito dictatorial como aquel padecía el hecho cultural se me suben los colores. Desgraciadamente han cambiado mucho los tiempos, pero la tentación de hacer de la Cultura un arma de actuación política que premie a los fieles y castigue a los infieles, permanece. La Cultura subvencionada, vigilada y conducida es una infamia y, además de populista y manipuladora, es falsa y contraproducente. Un ministerio de Cultura suena mal se mire como se mire.  Y la prueba de que puede ser manejado es que existe.

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