Opinión

Las Trece Rosas

Como aquí pasa lo que en el mus mesetario –en las Vascongadas, La Rioja, parte de Aragón y zonas aledañas de la provincia de Burgos es otra cosa- también en la política la boca no hace juego y los disparates a los que apelan sus protagonistas se los lleva el viento. Aquí paz y después gloria y todo sale gratis, pero no debería ser así y ya va siendo hora de que el que la diga la pague a ver si los que están metidos en estas ocupaciones estudian, se preparan y hablan con propiedad y conocimiento. Hace un par de días, en los desayunos matutinos de la 1ª, uno de los miembros más celebrados de la cúpula de Vox, el sujeto que dice ser y llamarse Javier Ortega Smith, no tuvo escrúpulo alguno en acusar a quienes la historia conoce como las “Trece rosas”, de haber torturado y asesinado en las checas del Madrid durante la guerra. Tamaño disparate no fue objeto de rectificación alguna porque, con la suficiencia hija de la más completa incultura, el diputado de la derecha se ratificó en sus juicios insistiendo en que aquellas pobres infelices, jovencitas trabajadoras casi adolescentes detenidas por los cuerpos policiales del bando vencedor en el Madrid a cuatro meses del final de la contienda eran trece inocentes sin maldad alguna ni delito punible del que pudieran ser acusadas, a las que se fusiló de la manera más vil detrás de las tapias del cementerio de la Almudena en venganza por la muerte en atentado de un antiguo quintacolumnista sorprendido en el interior de un automóvil junto a su hijo de 18 años y un conductor militar. Las muchachas ajusticiadas –la menor tenía 18 años y la mayor 29 y era la única casada y madre de familia del grupo- pertenecían a una célula resistente controlada por el partido socialista y cayeron en una redada sin saber en realidad que estaban haciendo y por qué se las detenía. El gobierno de Franco se inclinó por ejemplarizar con aquellos grupos disidentes encarcelados  y pasó por las armas a una cincuentena de detenidos que aguardaban  juicio en la cárcel de Ventas entre los que estaban ellas. Costureras y modistas la mayor parte, humildes, sensibles y casi unas niñas menos Blanca que tenía 29 años, era madre soltera, católica ferviente y  detenida por una pretendida relación con un músico al que se tenía por comunista. El músico también fue ejecutado.
Este horror que debería abochornarnos y llenarnos de vergüenza a todos sirve a personajes como Ortega Smith para montarse su propia, inaceptable y mentirosa historia. 

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