Opinión

Las policiacas

Como venimos de una absurda guerra civil que, a su vez, desembocó en una larga noche de iniquidad y dictadura, nuestras aportaciones a la novela negra nunca habían sido gran cosa y mucho menos en tiempos de Franco. Había que estar majareta perdido para ponerse a escribir relatos en los que no todos los policías fueran intachables. Como en aquellos tiempos la policía era, al menos en sus órganos de decisión, una herramienta más del régimen para cercenar las libertades individuales y colectivas y meter a los heterodoxos en la cárcel, no había manera de tener referencias sinceras y desprovistas de acentos políticos y sociales para poner a campar policías por las páginas de los libros sin meterse en camisas de once varas. Hubo, eso sí algunos intentos en el cine tan modestos como admirables –recuérdese la estupenda “Apartado de correos 1001” que dignificó el cine negro nacional- procurando trazar unas historias de intriga criminal desnudas de toda intencionalidad ideológica, y así nos fuimos arreglando hasta recuperar la perdida democracia y cruzarnos con Montalbán y su Pepe Carvalho o Mendoza y su loco de atar, u otros benditos precursores a los que los aficionados al género les debemos la reinvención de nuestra novela policiaca de la que vive ahora una joven generación de escritores que se han puesto a escribir novelas de crímenes configurando un cada vez más nutrido apartado de contribución editorial en el que, con suerte diversa como pasa en todas partes, convergen muchas y muy buenas maneras y el inicio de un edificio literario cada vez más personal y sólido. Las hay estupendas como las que escribe Domingo Villar –gracias además le sean dadas desde aquí por su referencia a este diario nuestro en su última novela que es más de Vigo y de todos los vigueses aún que las anteriores- y las hay menos buenas que de todo tiene que haber para ir haciendo la casa.
Yo desearía escribir una novela policiaca pero me falta talento, y por eso admiro mucho a los que las redactan y más si son de los nuestros como les pasa a Domingo o a Alicia Borrás. Por el momento, y a la espera de que me dé la cabeza para ello, lo mejor que puedo hacer es leerlas con entusiasmo. Para escribirlas, a lo mejor ya no son horas.

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