Opinión

Las bengalas en el cielo

Con estas espectaculares movidas que han fijado nuestra agenda, entre independentistas catalanes que siembran el caos urbano, y el traslado de sepulcro de  los restos de  dictador al que la maldita propaganda electoral instrumentada por el Gobierno ha resucitado tras cuarenta años de olvido con todo lo que esa peligrosa maniobra conlleva, parece que se nos ha olvidado el heterogéneo catálogo de señales adversas que nos está enviando la economía cuyo significado es sencillo de comprender incluso para los que no saben una palabra de grandes y pequeñas finanzas como es mi caso y el de otros muchos como yo, capaces de distinguir dos guitarras eléctricas con solo acceder a la disposición del clavijero, pero incapaces de explicar las diferencias entre acciones y obligaciones e incluso muy mal dispuestos para sumar, restar, multiplicar y dividir.
Si los analfabetos en la materia como yo están comenzando a menearse inquietos en el sillón de su cuarto de estar a la vista y escucha de las informaciones que nos llegan desde las distintas plataformas internacionales que controlan el déficit, supongo yo que los expertos en ello no solo se habrán desvanecido temporalmente ante la creciente magnitud de la amenaza, sino que trataran de convencer a los poderes públicos de que otra crisis de intensidad parecida a la de 2005 nos sepultaría bajo tierra. Cada mañana nos desayunamos con una señal de alarma. El paro ya apenas desciende, la creación de empleo se estanca, la economía lleva ya tiempo descalificando las previsiones al alza del ministerio de Hacienda, y el banco de España advierte. Y sin embargo, nadie en las altas esferas parece dispuesto a reaccionar. Cunde más aplicar la verborrea teórica y lucirse en mítines y set televisivos que iniciar la práctica de medias correctoras y alicientes a la inversión que la circunstancia parece necesitar. Si nos pilla el toro no será por falta de bengalas de auxilio.
El problema digo yo, es que, entre unas cosas y otras, llevamos más de un año de parálisis y así no hay quien se atrinchere contra la crisis ni quien legisle para combatirla. Llevamos demasiado tiempo asistiendo a legislaturas de corta y pega, con el Congreso más pendiente de la estética que de la pragmática. No tenemos remedio.

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