Opinión

La tarea del jurado

Las nuevas tendencias que definen el estilo de la televisión del siglo XXI han rescatado los concursos hasta colocarlos en primera línea de fuego. Los concursos aguzan hasta el límite los niveles de competencia y proponen espectáculos intensos en los que los protagonistas matan y mueren por permanecer en ellos. Lo malo es que muchos de los formatos que han gozado de enorme popularidad durante años, van perdiendo fuelle con el paso de los años, y son víctimas de un comprensible desgaste que los propietarios de las patentes no acaban de comprender. Las gallinas han dado muchos y muy buenos huevos -casi todos de oro- y cuesta mucho renunciar a sus apetitosos dividendos. Sin embargo, la paulatina pérdida de influencia es un hecho que no puede ser cuestionado y que termina por asomar siempre. En la programación de los distintos canales conviven docenas de concursos, algunos de ellos de estirpe modesta y otros de gran calado. Muchos de ellos están mostrando una dolorosa fatiga que determina una irremediable pérdida de calidad en el producto a exhibir. Es una ley irrebatible que debería respetarse.

Aunque gran parte de lo que ocurre debe atribuirse al juego que pueden dar los elegidos que han sido capaces de superar el exigente casting, no todo es achacable sin embargo a la calidad de los concursantes, y sospecho que en el caso de “Operación Triunfo”, la responsabilidad en la paulatina degradación de la propuesta habrán de repartírsela con ellos, todos los que están metidos en este enorme tinglado, incluyendo en este paquete a intérpretes, equipo de profesores de las distintas disciplinas, guionistas, productores y naturalmente, jurados.  La actuación de los jurados es un pasaje clave en el desarrollo de la propuesta. Ser jurado de uno de estos concursos implica la aplicación de un riguroso comportamiento. En el caso de los que están desempeñando esta labor en la edición de este año de “Operación Triunfo”, sospecho que han apostado por la frivolidad y un alarmante fallo de conocimiento. De su boca han salido muchas palabras pero muy pocos conocimientos. Y el público, que cada vez es más listo y más ilustrado, ha comenzado a soliviantarse.

Cumple decir que cuesta más juzgar que ser juzgado y que no todo el mundo vale para ser juez aunque la oferta económica para asumir este delicado papel sea suculenta.   Deberían reflexionar sobre ello.   

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