Opinión

La realidad y el sueño

Como muchos otros dirigentes políticos a lo largo y ancho de la Historia, Pablo Iglesias ha resuelto evadirse de la dura realidad a la que le ha conducido su mala cabeza inventándose otra virtual  en la que poder sumirse mediante una ensoñación que palie el ámbito hostil en el que habita. Un zambombazo como el que su formación acaba de padecer en las elecciones municipales, europeas y autonómicas no es en absoluto fruto de la casualidad, y lo suyo sería reflexionar profundamente sobre las circunstancias que han conducido Unidas Podemos a este caos que tiene mucho de personal. Sin embargo, el  liviano líder que brotó de un arrebato múltiple escenificado en la Plaza Mayor, no solo no se ha propuesto reconsiderar su gestión y aceptar la necesidad de una reflexión profunda sobre sus errores, sino que todavía alza la voz y pregunta “qué hay de lo mío” tras desaparecer sigilosamente durante la trágica noche electoral.
Sánchez ha ido confundiendo al electorado, y sus constantes cambios de actitud han acabado por divorciarlo de la realidad. Pero sobre todo, y con independencia de las decisiones aplicadas en el régimen doméstico de su partido al que ha sometido a purgas infames y descabezamientos fruto de su carácter megalómano, sus propias incoherencias han acabado pasándole una factura durísima pero merecida. La sociedad española es cada vez más sabia y más ilustrada. Y por tanto, es también más exigente. La puesta en práctica de disparates como la adquisición de una mansión en la sierra madrileña en la que viven protegido y aislado de la realidad con una garita de la guardia civil en la puerta de su casa, la evasión culpable en varios pasajes de su gestión, abandonando con nocturnidad y alevosía su responsabilidad de dirigente cuando pintaban bastos, su errática política en materias claves como la economía, el reparto territorial, la diplomacia o el problema catalán, su desconocimiento culpable de la realidad doméstica que le ha separado cada vez de sus iguales y su tendencia creciente a fabular y a marcharse por los cerros de Úbeda, le han robado violentamente la confianza de quienes creían en él y le consideraba de los suyos. Y sin embargo, sigue soñando con un sillón en la Moncloa que parece ser su único objetivo y los demás que se vayan arreglando. Es el ocaso de un sujeto que, en realidad, nunca tuvo nada en la cabeza y ahora se nota. 

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