Opinión

La medicina viajera

Creo que fue don Pío Baroja –que había  estudiado para médico y había ejercido su profesión poco tiempo e inicialmente al cuidado de la gente pudiente, paliando achaques en el balneario de Cestona- el que decía que los males del nacionalismo se curaban viajando. En aquellos tiempos de las décadas finales del siglo XIX, viajar era una aventura tan excitante como peligrosa que se afrontaba con semanas e incluso meses de cuidadosa preparación  porque, por ejemplo, las familias se marchaban de veraneo literalmente con la casa a cuestas es decir, cuatro baúles por barba  o más incluso más, y rezaban unas cuentas avemarías antes de ponerse en el camino. Las llegadas al lugar de destino se celebraban con grandes muestras de cariño y señales inequívocas de alivio teniendo en cuenta los riegos que se corrían en cada empresa.
Hoy, viajar es un argumento cotidiano y tan sencillo de  asumir que apenas se tiene en cuenta. Nadie se santigua siete veces siete antes de iniciar la ruta, y yo mismo estoy escribiendo esta columna cómodamente sentado en mi asiento de un vagón de ferrocarril, con el ordenador conectado a mi asiento, y el artilugio descansando a su vez sobre la mesa plegable cuando aún no han dado las siete de la mañana.
Por eso, en primeros del siglo XXI, cuando las fronteras ya no significan nada y uno desayuna en Madrid, almuerza en Londres, cena en Berlín y vuelve a desayunar al día siguiente en Nueva York para terminar pasando la noche siguiente en Tokio, no acabo yo de cogerle el tranquillo a esa fiebre inquebrantable por el terruño y esa disposición cerril por aferrarse a las cosas propias con lo ilustrativo y esclarecedor que viene siendo descubrir y compartir otras culturas, otros conceptos, otros paisajes y otras creencias. En un ámbito geopolítico multirracial en el que hasta los  más viejos como yo mismo hemos aprendido sin gran esfuerzo a convivir y disfrutar de la compañía y el saber de otras razas y colores que nada tienen que ver con la nuestra, ser nacionalista semeja una actitud corta, roma y mezquina que desprecia por sistema las bondades de una civilización abierta capaz de  engordar y mejorar el en todas sus facetas el talante humano y el conocimiento. Volando voy, volando vengo. Qué razón tenía don Pío.
 

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