Opinión

La fuerza de la palabra

El presidente del Parlamento británico –que para ser riguroso con  la nomenclatura habría que denominar Portavoz de la Cámara de los Comunes- es un ex diputado tory llamado John Bercow, que se está haciendo popular fuera de las fronteras de su país gracias a su voz profunda y a unos medios tecnológicos avanzados capaces de llevar la imágenes y el sonido de sus intervenciones a todos los rincones del planeta. Recortado de estatura, ancho de espaldas y pletórico de pulmones, el guirigay en el que suelen derivar los debates de la Cámara le han demandado un esfuerzo suplementario a grito pelado para gobernar una jaula de grillos, resultado lógico de ese incómodo y vetusto salón de Westminster en el que se celebran los plenos. Su famoso alarido imponiendo “order”, su esfuerzo por mantener el tipo, y su simpatía personal no reñida con el escrupuloso respeto a la normativa que está dispuesto a imponer si es necesario a puñetazo limpio, le convierten en un personaje comúnmente querido –posiblemente y como suele ocurrir, más  fuera de su país que en su propio territorio- pero este personaje pintoresco no es suficiente argumento para disimular el completo desaguisado en el que se ha convertido la situación política en la Gran Bretaña y el fracaso histórico de su sistema parlamentario. Theresa May está por completo desactivada pero al otro lado de la mesa, la posición adoptada por el veterano líder laborista Jeremy Corbin no presagio resultados más dignos. May ha vuelto a pedir una prórroga a la Unión Europea, lo que implica el reconocimiento de una solución imposible. La Unión Europea concederá esta prolongación pero no parece que este intento de alargar el proceso pueda producir alguna esperanza en un país que, sin que nadie le obligara a ello, se ha metido en un espantoso lío. A lo más, alargar el suplicio y convencer a los dos grandes partidos de la política del Reino Unido, que son ellos los obligados a encontrar soluciones y que no les queda otra que hacerlo unidos. Un gran pacto entre conservadores y laboristas, un ejercicio de generosidad conjunta, un nuevo y doloroso sacrificio y una reflexión que inicie el proceso desde la casilla cero. No queda otra mientras la Europa que decidieron abandonar contempla paciente cómo los isleños de ahí arriba arreglan lo que han desquiciado sin necesidad ni sentido.

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