Opinión

La curiosidad no cesa

En este país nuestro en el que la pandemia ha clavado las garras con inusitada fiereza, la mayor parte de las cosas han evolucionado y son ahora mejores que hace veinte años salvo la calidad, aplicación y competencia de sus políticos. Vistas las cosas desde la atalaya de cada casa, y con muchas horas por delante para reflexionar en calma entre lección y lección de alta cocina (que es una materia a la que nos estamos apuntando con entusiasmo incluso aquellas y aquellos que antes no había frito un huevo) la mayoría de los ciudadanos sospechamos que la categoría de nuestra clase política está muy por debajo de las expectativas, y no tiene la calidad suficiente para reconducir un país sepultado en las entrañas de una plaga bíblica, especialmente cuando se retiren las langostas y haya que reconstruir el erial asolado y baldío, en ayunas de lo más básico, y desgraciadamente sembrado de muertos. Cuando salga de nuevo el sol, caigan los cerrojos y cedan goznes y celosías, hay que poner en marcha el territorio y esta tarea no puede conseguirse con la situación planteada en este momento, con la clase dirigente convertida en una buena piltrafa y un país dividido, sombrío, enfrentado, irreconciliable, insolidario, egoísta y anclado en un sistema de diálogo político que no solo ha demostrado que es completamente inútil y contraproducente, sino que se ha quedado obsoleto y ya no tiene más recorrido en los actuales términos. En lenguaje pragmático por tanto, o se inicia la reconstrucción sobre la base de un amplio y generoso consenso o nos vamos directamente a la caverna. Y tal y como está el panorama el que se caiga al hoyo no se levanta en siglos.

Estamos en un país que ha claudicado ante una clase dirigente a la que se le adivinan lagunas imperdonables y comportamientos tan inescrutables que sorprenden al ciudadano y que se manifiestan incluso en sus propios modales ahora que todos ellos están permanentemente bajo los focos. ¿Cómo puede seguir ejerciendo una portavoz del Gobierno a la que no se le entiende una palabra de lo que dice? ¿Cómo puede uno creer a un vicepresidente del Gobierno que ha maltratado e insultado públicamente a Amancio Ortega criticando abiertamente los métodos de confección y mano de obra de su empresa, mientras viste una chaqueta de la marca Zara?  Así estamos…

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