Opinión

La ciudad que no se duerme

Es cierto que habitar en la capital del país produce serios inconvenientes. El Madrid del primer tercio del siglo XXI presenta un perfil impresionante, de dinamismo incontenible y actividad frenética. Los que llegamos del extrarradio no podemos por menos de maravillarnos de este torrente portentoso que hormiguea en sus calles y plazas y convierte aquella villa manchega con pasado de estación de la trashumancia en poderosa urbe actual de las que nunca se detienen, nunca duermen y solo retroceden para tomar impulso. Los índices económicos, financieros y geopolíticos otorgan a Madrid el primer puesto sobrado entre todas las zonas urbanas y rurales del país, y esta preponderancia que le atribuyen los papeles es verdad que se palpa a poco que uno se coloque en cualquiera de sus perspectivas. Como muchos otros ejemplos a lo largo y ancho de nuestro territorio, Madrid es un hecho imparable a pesar incluso de sus gestores sean del partido que sean.
Esta energía sin límites que exuda por todos sus poros decía yo que tiene sus ventajas y sus inconvenientes y de hecho, uno no puede hacer aquí los mismos cálculos que en su ciudad de origen porque si así se comporta no acertará ni una. Todo está más lejos, todo es más complicado, todo necesita reserva previa, todo implica un esfuerzo suplementario… y todo es más caro. Mucho más caro. Sin embargo, en oposición a este cúmulo de dificultades que plantean las grandes urbes y Madrid es una de ellas, existen también argumentos capaces de apaciguar estos graves defectos que convierten la existencia cotidiana en un combate de boxeo. La ciudad posee una de las mejores redes de trasporte público del mundo a precios realmente asequibles y ponderados, y ofrece una oferta cultural deslumbrante que, paradójicamente, no tiene por qué resultar prohibitiva ni mucho menos, aunque esa excelente virtud exige también que el usuario deba estar permanentemente al loro. Contemplar una exposición de pintura española entre los finales del siglo XIX y los primeros del XX, que transcurre entre Goya y Casas –Vicente López, Rosales, Sotomayor, Rusiñol, Romero, Sorolla, Zuloaga, Anglada Camarasa, y tantos otros pinceles extraordinarios en una centuria larga- no ocurre todas los días. Y si es gratis, mucho menos.

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