Opinión

La búsqueda del embajador

En un mundo oscura en el que las emociones se han ido paulatinamente anestesiando por efecto de los múltiples frentes a cada cual más dramático en el que nos ha tocado existir y que han conseguido inocularnos contundentes vacunas contra el sentimiento directamente inyectadas en el alma, la historia del embajador del Reino Unido buscando por la provincia de Burgos a aquella joven que hace treinta y cinco años le ayudó en momentos de necesidad y se lo llevó generosamente a su casa, se ha hecho viral y no es para menos. El embajador Elliot contaba en las redes su historia, una historia cuajada de sentimientos y de gratitudes, tierna, aleccionadora y virtuosa. Una historia en suma de tiempos pasados, cuando las cosas eran de otra forma y habitaba entre nosotros un sentimiento solidario que no era fruto de ejercicios de concienciación impuestos ni campañas publicitarias, sino que salía  por sí solo, espontaneo y tan campante. La gente del siglo XXI ha obtenido de este relato que el diplomático británico ha narrado emocionado, una razón no solo para sentirse involucrada en una búsqueda noble y sin más fines que los de agradecimiento, sino orgullosa y sumamente impresionada.
Desgraciadamente, el dispositivo espontáneamente construido para ayudar a Hugh Elliot a buscar a su ángel de la guarda en aquel Burgos en el que desembocó sin mochila, sin cartera y sin bicicleta, no ha tenido el final que todos hubiéramos deseado. Ella, aquella muchacha que lo acogió, se lo llevó a casa, le ofreció, cobijo, alimento y cama en instantes de zozobra sin esperar nada a cambio, falleció muy joven de una esclerosis lateral amiotrófíca, la terrible enfermedad que aparece por sorpresa, nadie ha sido capaz de desentrañar todavía sus causas, y mata a 900 personas cada año en España. Lourdes, por tanto, se fue pronto y Elliot no ha podido completar una búsqueda que le hubiera colmado de felicidad. A él que es un español por afición, por vocación y por matrimonio –su mujer es española y sus dos hijos nacieron en Madrid- y todos nosotros que ansiábamos un desenlace feliz para tan emotivo episodio.
A falta de una conclusión mucho mejor, queda sin embargo el impacto de una vivencia que enorgullece al embajador y nos enorgullece también a nosotros. A veces las cosas bellas de la vida no acaban bien pero dejan huella. Como en este caso.

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