Opinión

Hay que hacer los deberes

El último órdago a la grande protagonizado por la vicepresidenta en funciones es un ejemplo vivo de la mediocridad asentada en la clase política gobernante. Cualquier jugador de mus sabe de sobra que no hace falta llevar cartas para echarlas todas, y eso es lo que parece haber impelido a esta política veterana con pasado académico y experiencia en cátedra para largar esa estupidez solemne y fuera de todo rigor histórico por el cual las mujeres le deben al partido socialista todos sus avances. Calvo lanzó el reto acompañado de un desplante algo chulo –lo de “perdona bonita” es un recurso peliculero que suena a desafío y corte de manga- quizá convencida de que todo lo bueno que hay en mundo se debe a la intervención del socialismo patrio, pero sin haberse leído convenientemente la Historia que es lo primero que uno debe hacer cuando va a emitir sentencias de tan grueso calado. Por eso le han llovido las críticas, las puntualizaciones basadas en  el poder de las hemerotecas, las descalificaciones y aún las burlas. Y es que si bien el partido socialista ha adquirido enorme relevancia en muchas de las grandes conquistas sociales de siglos pasados, precisamente en esta parcela concreta de la Historia contemporánea mantuvo una posición sorprendentemente contraria. Muchos de los que andamos nadando con aletas por los hechos históricos ya lo sabíamos, y siempre nos hemos preguntado cómo es posible que las mujeres socialistas como Victoria Kent o Victoria Nelken votaran en contra del sufragio femenino. Nunca me convencieron ni entendí ninguna de las explicaciones que los expertos en socialismo elaboraron para explicar lo inexplicable. Lo cierto es que no fue el PSOE quien más se distinguió  antes de la guerra civil por defender la causa femenina ni protagonizó ninguno de sus hitos más relevantes. Carmen Calvo no solo no se ha leído los libros de Historia sino que ha metido la pata en su chulesco desgarro. Lo de “bonita” sobraba e incluso adquiría un feo cariz machista que a pocos se les escapa. Pero lo peor es esa sensación de que los políticos actuales no hacen los deberes, no se han ilustrado convenientemente en la lectura e interpretación de los hechos pasados y no son conscientes de su propia frivolidad. Creen que pueden decir cualquier cosa y que los administrados son todos tontos y van a tragar cualquier cosa. Pues no.

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