Opinión

En recuerdo de don Benito

Estamos de centenario, asomándonos sin gran entusiasmo a la vida y la obra de Benito Pérez Galdós, cuya magna serie de novela histórica “Los episodios nacionales” volví a leer recientemente de cabo a rabo, con la paciencia y dedicación que una obra de semejante naturaleza merece. No somos los españoles muy dados al recuerdo, y en muchos casos preferimos la reinterpretación culposa e interesada de los acontecimientos antes que la reflexión sobre lo sucedido, un método que, afortunadamente, no emplea don Benito en la redacción de su admirable enciclopedia en veintidós capítulos divididos en tres ciclos vitales, cuyas dos últimas muestras hubo de dictar su autor porque estaba viejo, cansado y ciego como un topo, además de sin un real, porque era  un poquito putero y manirroto, y también solidario y generoso, especialmente con todo lo que llevaba enaguas.

Galdós, carne de usureros y prestamistas desde que llegó a Madrid para vaguear en la facultad de Derecho y convertirse en uno de los nuestros –fue uno de los buenos periodistas decimonónicos y estuvo en todas, desde la noche de San Daniel y la sublevación de los sargentos en el cuartel de San Gil, hasta  la proclamación de la Gloriosa del 68, el duelo entre Montpansier y el Borbón, y el asesinato de Prim- murió soltero pero en modo alguno célibe, y ahora ya se sabe que tuvo una hija natural, y mantuvo además un largo romance con doña Emilia Pardo Bazán que fue a quebrar, al menos  durante un tiempo, la gallega  cambiando a su “miquiño” canario por un navarro elegante y apuesto, José Lázaro Galdiano, que los historiadores relacionan en sus años juveniles con Emilio Castelar, último presidente oficial de la I República, junto al que vivió un arrebatado y discreto romance amoroso. Castelar era un catedrático y político de cincuenta años y Lázaro, un joven e ilusionado promotor editorial de veinte.

Salvo el último capítulo de los Episodios -dedicado a Cánovas- en el que se adivina con cierta tristeza que don Benito había ya perdido mayoritariamente la cabeza, el resto de la obra es cumbre. Y es enseñanza, hasta tal punto que debería ser de obligada lectura para todos los que aspiran a dedicarse hoy a la política. Se aprende mucho leyendo a Galdós. Si se arman de valor y le añaden “Fortunata y Jacinta”, como lectores habrán hecho pleno.

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