Opinión

En casa y fuera

La visita oficial a España del presidente de la república de Colombia y su esposa, ha suscitado la controversia pertinente en consonancia con la pintoresca personalidad del visitante. Gustavo Petro es un economista sesentón de marcado perfil polémico, uno de los ejemplares característicos de la nueva izquierda populista latinoamericana que propone obtener el favor de sus administrados esgrimiendo abundancia de gestos. La simbología y el desenvolvimiento gestual parecen tener más trascendencia en el trabajo político de estos líderes del Nuevo Mundo que su propio ideario, e incluso mucho más que su programa de gobierno. Y por tanto, toda su comparecencia pública está basada en un sainete previamente estructurado y cuidadosamente urdido que pretende ganar adeptos en los estamentos más populares de su nación y que reproduce estampas compartidas que se manifiestan en el ejercicio cotidiano de todos ellos. Abominar del traje de etiqueta en los banquetes de gran gala, vestir guayabera, dar muchas voces en sus discursos, acariciar llamas, soplar la flauta dulce o tañer el charango, tocarse con sombreros populares o poner a parir a los españoles como símbolo insustituible de la opresión de los invasores y la aniquilación del pueblo indígena.
Naturalmente, Gustavo Petro ha desempeñado la mayor parte de estos necesarios episodios de su condición de presidente de izquierda militante como lo hizo en su día Fidel, Evo Morales o Cristina Fernández, lo hace Maduro, López Obrador, Daniel Ortega, y tantos otros jefes de Gobierno de países de América Latina  que se aferran a una puesta en escena compartida  de escasa exigencia intelectual y, teniendo en cuenta el marco donde se desarrolla, de notable rendimiento político.
El problema es cuando hay que salir al exterior. Gustavo Petro ha visitado el país que unos días antes había insultado gratuitamente en necesaria  sintonía con el argumento que penetra en el corazón de sus votantes. Y, naturalmente, ha hecho el ridículo porque se ha comportado como un cobarde  tratando de poner paños calientes y disimular en la medida de lo posible el alcance de sus inflamados juicios. Petro no ha defendido con gallardía y guapeza su discurso sino que se lo ha tragado. Un mierda, vamos. Menos mal que no ha culpado a los periodistas de tergiversar sus argumentos.

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