Opinión

El valor de las decisiones

Un gobierno que toma decisiones y luego no es capaz de reconocerlas y sostenerlas en público es un gobierno en el que cuesta confiar. Es el caso, entre otras muchas actitudes, del cambio radical de tratamiento que el Ejecutivo de Sánchez ha decidido aplicar, una vez consolidado en las Cortes, a su relación con Venezuela. Sánchez mantenía una abierta relación de amistad y colaboración con el opositor Guaidó, al que no tuvo inconveniente en reconocer como verdadero presidente de una nación en crisis hasta que se volvió a sentar en la Moncloa  y decidió cambiar radicalmente de actitud, dar la espalda a su antiguo amigo y abrazarse a Maduro con Zapatero de adelantado. El encuentro del ministro Ábalos con la vicepresidenta bolivariana en Barajas a las tantas de la madrugada, quebrando el ordenamiento que las autoridades europeas mantienen sobre ella, es un episodio tan vergonzoso que en cualquier país continental de nuestra órbita hubiera desencadenado una crisis capaz de acabar con el equipo gobernante. Sin embargo, lo más bochornoso de este episodio no es el encuentro en sí, sino la lamentable actitud del Gobierno español negando las evidencias y tratando de maquillar su posición recién adquirida en torno a las relaciones con los venezolanos. Un Gobierno seguro de sí mismo y de la bondad de sus decisiones no tendría por qué haber protagonizado un episodio tan ridículo si desde el primer momento hubiera sido claro, terminante y sólido en sus apreciaciones. Basta con un enérgico sí señor, nuestra política con Venezuela es la que es: deseamos restablecer las relaciones con Maduro, consideramos desautorizado a Guaidó,  apostamos por preservar nuestros intereses económicos en aquel país, confiamos en el vicepresidente Pablo Iglesias y sus consolidadas relaciones con los gobernantes venezolanos, y esa es nuestra política que aplicamos porque para eso nos han votado. Y al que no le guste, que se vaya habituando.

Ese es un comportamiento digo y acorde además con la tendencia ideológica del Ejecutivo que gobierna. No hacerlo lleva a esta situación infame, con un grotesco Ábalos sudando en el Parlamento, y una vicepresidenta Calvo manteniendo un discurso penoso para explicar lo inexplicable. Si se toman decisiones, hay que tener el valor de sostenerlas. Y quién dice Venezuela, dice otras muchas situaciones, Cataluña incluida… 

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