Opinión

El poder del recuerdo

Cuando las Cortes de la I República depositaron el cargo de presidente del Poder Ejecutivo en las manos de Emilio Castelar –no pudieron aprobar una Constitución y desde el punto de vista estrictamente administrativo ninguno de los presidentes que ostentaron el cargo lo es en realidad- éste aceptó tamaña responsabilidad imponiendo por su parte un catálogo de primeras necesidad que obligó a que los ponentes aceptaran. “Para  desempeñar esta misión que ustedes me encargan –puntualizó el catedrático gaditano- voy a necesitar mucha infantería, mucha caballería, mucha artillería, mucha Guardia civil y muchos carabineros” En realidad, el depositario de un cargo en llamas tras la renuncia de Nicolás Salmerón, -se negó a firmar tres sentencias de muerte a aplicar por sedición a tres reos cantonalistas- era un señor de Valencia llamado Eduardo Palanca  que, a la vista de cómo se estaba poniendo el patio, salió disparado hacia la estación dispuesto a coger urgentemente un tren para su tierra, y hubieron de detenerlo allí y obligarle a volver al Hemiciclo aunque, para su inmensa fortuna, cuando llegó forzado, Castelar estaba ya en tratos con la mesa del Congreso para propiciar el relevo.
Aquella República duró 22 meses (desde el 11 de febrero de 1873 en que abdicó Amadeo de Saboya, hasta el 31 de diciembre de 1874 en que Martínez Campos se alzó en Sagunto) y contó durante ese breve periodo de tiempo con seis presidentes (no tres): Estanislao Figueras, Francisco Pi i Margall, Nicolás Salmerón, Emilio Castelar, los generales Francisco Serrano y Juan Zavala, y por último Práxedes Mateo Sagasta que entregó el país a una monarquía restaurada en las sienes de Alfonso XII. Sufrió tres intentos de golpes de Estado interiores (dos de ellos propiciados por Cristino Martos que era para colmo presidente de la Asamblea) y hubo de lidiar con tres guerras al mismo tiempos, dos de ellas civiles: la cantonal, la carlista y la de ultramar. Todo un  récord.
Simplemente lo digo para que sepamos quiénes somos y cómo nos las gastamos. No es que le importe a nadie pero yo soy como el chiste de la viejecita que se confesaba de haber sido violada. “Es que, me gusta recordarlo”. A mí también por si alguien toma nota.

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