Opinión

El poder autonómico

Tras la larga noche del franquismo, este país se despertó y se fue gozoso a ponerse de acuerdo en la redacción de un texto constitucional que no resultó tan malo porque a día de hoy sigue vigente. Esa Constitución del 78 puso especial acento en la construcción de una España de poder político descentralizado que elegía el reparto territorial por comunidades autónomas triturando de un plumazo la vieja configuración provincial ideada por el alto funcionario Javier de Burgos en tiempos de la reina regente Cristina de Borbón, última esposa de Fernando VII. 

El nuevo diseño otorgaba un alto nivel de decisión a los gobiernos regionales, respondiendo a las exigencias planteadas por las entonces definidas como comunidades históricas –Galicia, Cataluña y País Vasco- que ya tenían estatuto propio durante la II República y que poseían una identidad singular establecida especialmente por un idioma y un desarrollo cultural propio. El catálogo de reivindicaciones de estas tres comunidades abrió la puerta a las pretensiones de igualdad de otros territorios –Canarias, Aragón, Valencia, Andalucía o Baleares- que se sentían discriminadas por el alto nivel de autodeterminación de las anteriores. Y tras ellas, llegó un nuevo aluvión de comunidades reclamando los mismos derechos que las anteriores, –Asturias, Cantabria, Castilla-León o La Rioja- lo que propició la necesidad de crear un desarrollo autonómico repartido en diecisiete unidades territoriales con muy similares niveles de competencia cada una.

Desgraciadamente, este Estado de las Autonomías nacido de la Constitución del 78 y más  inspirado en las necesidades políticas que en  las consecuencias económicas, ha ido creciendo y engordando en función de exigencias no siempre racionales que han otorgado a las autonomías un poder muy superior al inicial, en detrimento del que ostenta el Estado. Uno creció y el otro decreció hasta quedar prácticamente vacío.

Ese es el diseño que tenemos y ese es el diseño con el que nos enfrentamos a la hora de articular el plan de desescalada que Sánchez ha tratado de configurar en base a su rango de presidente de la nación sin querer tener presente que la fortaleza que hemos ido otorgando a las autonomías le impide ejercer esa presidencia. Y o se pliega, o se marcha. Así de fácil.

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