Opinión

El debate de ida y vuelta

Como muchas otras actividades que permanecen vigentes en nuestro tiempo, el sorteo de Navidad de la Lotería Nacional también es cosa del rey Carlos III, la personalidad nacional que probablemente ha ideado o mandado ejecutar más cosas buenas y perdurables en todos los años de nuestra realidad cotidiana. Cosa de Carlos III son el Banco de España, o la implantación del papel moneda, la bandera naval, que sería la de España, la Marcha Real, el desarrollo de ordenanza que garantizaran el saneamiento e iluminación de las ciudades, la planificación de un sistema de asistencia sanitaria con la apertura de hospitales y centros de salud, el desarrollo de entidades culturales tales como el Observatorio Astronómico o la Real Casa de Fieras, la ordenación y construcción de caminos y carreteras que integraran una red de comunicación del centro a la periferia con la correspondiente mejora de los servicios de correos, albergues y postas… Y muchas cosas más… algunas de ellas sin apenas trascendencia histórica, pero todas ellas muy necesarias en el ámbito doméstico y tan agradecidas que todavía siguen alegrándonos la existencia trescientos y pico años después.

Es comprensible que, de tanto en cuanto, florezca en el seno de la sociedad española el debate en torno a la vigencia o decrepitud del sistema monárquico, -un debate que sale y entra, viene y se va, aparece y desaparece como los ojos del Guadiana- y a la hora de sumarme a él procuro plantearme la cuestión con el pragmatismo necesario como para no caer en la tentación de sentarme solamente en uno de los platillos de la balanza. Por eso, cuando a mí me preguntan si soy o no partidario de sustituir la Corona por una régimen republicano siempre responde que según qué corona y qué régimen republicano. Y si el rey fuera Carlos III diría que sí y si fuera Fernando VII diría que no.

Y si la república se parece a la francesa o a la alemana diría que sí y si se inspirara en las dos que esta país ha padecido a lo largo de su Historia, estaría preparando el pasaporte, metiendo dos calzoncillos y dos camisas en una maleta, y poniendo pies en polvorosa.
En este mundo traidor nada es verdad ni es mentira y todo es según el color del cristal con que se mira, que escribió un rimbombante poeta llamado Ramón de Campoamor. Campoamor, por cierto, fue además un político de largo alcance, monárquico devoto y parlamentario en Cortes también con la República.

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