Opinión

¿Dónde vas Juan Carlos I?

A finales de junio de 1878, la reina María de las Mercedes de Orleans, hija del duque de Montpensier y la infanta Luisa Fernanda, fallecía en el Palacio Real, apenas cumplidos los dieciocho años,  a consecuencia del tifus contraído probablemente por beber agua del pozo de la  residencia paterna. El matrimonio con su primo Alfonso XII –un matrimonio por amor como se dijo entonces- había durado cinco meses, y el joven monarca quedó devastado tras aquella pérdida que sintió muy hondo el pueblo y especialmente el de Madrid, que sentía devoción por la pequeña Merceditas y había vivido emocionado el noviazgo de aquella romántica pareja. El viudo volvió a dejar libres todos sus instintos -reprimidos para su noviazgo- y le tiró a todo lo que se le ponían por delante con la inestimable ayuda de su camarero mayor, el duque de Sesto. Alfonso se convirtió a partir de entonces en rey por el día y lobo por las noches, mientras las buenas gentes lloraban la pérdida de la gentil reina y alguien tomó una vieja pieza del romancero y la acomodó a esta nueva tragedia recomponiendo una cancioncilla que los niños utilizaron para jugar a la rayuela o la cuerda en el parque del Retiro o bajo el balcón del propio monarca, en la plazuela del Palacio de Oriente.

“¿Dónde vas Alfonso XII?, ¿dónde vas triste de ti? Voy en busca de Mercedes que ayer tarde no la vi. Pues Mercedes ya se ha muerto, muerta está que yo la vi, cuatro duques la llevaban por las calles de Madrid”, dice la letra reinventada por algún poeta de la calle reflejando en estos sencillos ripios una tristeza infinita que  ninguna de las ilustres plumas que trataron de glosar las prendas de la reina muerta en los periódicos de la época consiguieron emular ni de lejos. La romanza popular es desoladora en su extrema sencillez y proclama la desnuda futilidad de la juventud y la belleza.

Hoy, como es natural, los tiempos son otros así que tampoco hay para trazar grandes paralelismos. Pero esta especie de éxodo que ha emprendido el rey emérito tiene mucho de soledad patética y maldición expresa para quien está en momentos muy frágiles, solo, repudiado por su propia familia y abandonado incluso por todas las mujeres que compartieron con él su vida, hoy duramente criticada y antaño celebrada por cachonda y farandulera. ¿Dónde vas, Juan Carlos I?” A saber…

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