Opinión

Doña Emilia: corazón e historia de Atlántico

Además de su principal obligación que consiste en transmitir noticias, los periódicos cumplen otra clase de funciones que convierten a estos productos destinados especialmente a la difusión de informaciones en elementos más próximos a la sociedad, más amistosos y más sensibles. Son los argumentos que los humanizan y que les permiten desarrollar tareas más  cálidas y sin duda, más comprometidas. Comprometidas, por supuesto, con la sociedad a la que sirven, con las personas que la componen, con sus necesidades, con sus anhelos, con sus carencias y con sus sentimientos.


Pero esas funciones capaces de enriquecer los fines que caracterizan a la prensa impresa y que humanizan y atemperan el universo informativo no podrían desarrollarse sin personajes capaces de encauzar esas emociones, incorporarlas a su quehacer diario y hacer de ellas su norma de vida. Esa era, como sabemos todos los que hemos tenido el inmenso honor y el privilegio de compartir las mesas de trabajo con ella, nada más y nada menos que Emilia Rodríguez Costas o, para que todos nos entendamos, porque era el modo por el que todos nosotros la conocíamos, Doña Emilia, que nos acaba de dejar con 87 años, más de 20 de ellos dedicados a Atlántico y a sus clientes.


Doña Emilia fue una de esas personas insustituibles en un colectivo que cumple además la doble función de proyectarse al exterior, capaz de ofrecer vínculos imprescindibles para que este periódico nuestro no solo consiguiera entenderse con el entorno social que le rodea y al que presta servicio, sino que fuera capaz de entenderse también consigo mismo. Su sentido común, su serenidad, su comprensión y su inmenso cariño contribuyeron como muy pocas otras cosas a serenar la vida interior de esta casa. Ella, con paciencia, sentido del humor, sensibilidad y cercanía convertía los problemas en anécdotas, ponía paz, regalaba sonrisas, rebajaba tensiones y nos daba a todos un permanente y maravilloso cariño.


Y esa permanente presencia que daba sentido y cordura a una redacción y un buen puñado de departamentos comerciales en las horas crudas en las que la sensibilidad está a flor de piel y cualquier cosa prende la yesca, se volcaba también al exterior y se convertía en pieza maestra para desarrollar una relación con el anunciante fluida y sumamente favorable para ambas partes. Doña Emilia nunca consideró al cliente como un sujeto anónimo de menos o mayor importancia  en virtud de los intereses comerciales sino como un personaje  trascendente para el desarrollo del periódico fuera cual fuera su aportación. En justa reciprocidad, muchos de ellos la consideraron a ella como una amiga  querida, una persona de infinita confianza e incluso como parte de la familia. Allí estuvo en estos menesteres al pie del cañón mucho más allá de la edad de jubilación que le correspondía, cumpliendo con creces,  regalando buena voluntad y amor, y concitando el máximo respeto. Todos la hemos querido mucho, todos hemos hecho caso riguroso de sus estupendos consejos y todos la vamos a echar mucho de menos. Gratitud y un hermoso recuerdo para ti, querida Doña Emilia, corazón e historia de este periódico que hoy llora desconsolado tu pérdida. 

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