Opinión

Culto al agua corriente

Las conexiones múltiples con un amplio abanico de países de nuestro entorno con las que nos obsequian los diferentes canales de televisión -todos los cuales han abandonado sus temas recurrentes para centrarse en la virulencia de la pandemia- han tenido la virtud de contarnos muchas de las peculiaridades que afectan a la existencia doméstica de tantas y tan diferentes sociedades.  Muchas de las naciones de nuestro entorno han comenzado a prohibir la llegada de viajeros españoles no en vano ya estamos muy cerca de la cabeza en la trágica clasificación de países más contaminados. Sin embargo, en el capítulo de reconocimientos, se hace especial referencia a la amigable relación que distingue a los españoles con el aseo personal, una condición que no parece ser sin embargo el santo y seña de otros muchos pueblos continentales. Ayer concretamente, escuchaba yo los comentarios de un joven español residente en Bruselas quien comentaba lo mucho que les cuesta a los belgas meterse en la ducha. Contaba que formaba parte de un equipo de fútbol de su zona de residencia y que, acabado el partido, el único que se daba una ducha en condiciones era él. Los demás se pasaban una agüita ligera y no se enjabonaban. El agua y el jabón ha formado parte sumamente arraigada de nuestros hábitos supongo que por herencia árabe, y vivimos inmersos en esa costumbre de lavarnos a conciencia, frotarnos enérgicamente con jabón, disfrutando de duchas copiosas y largas Es, sin duda, una reconfortante costumbre que nos distingue y hoy nos ampara y nunca mejor dicho. Los testimonios recabados por las radios y las televisiones afirman que muchos de estos países tan sumamente civilizados están desarrollando cursillos para enseñar a la gente a lavarse. Y que uno de los ejemplos que se manejan en esas charlas como sinónimo de hábito saludable de aseo es el de los españoles. En mi opinión y por mis relativas experiencias viajeras Europa adelante, hay razones suficientes para que así sea. Mantenemos  una deuda permanente de gratitud a nuestras raíces en la cultura arábiga que se distinguió en el pasado por su culto al agua corriente, a los baños, las termas, las fuentes, el vapor, la hidroterapia. Este placer por ríos, cauces, estanques, piscinas, agua cristalina, agua corriente, fresca y clara nos ha dejado una huella que es trascendental en estos momentos de zozobra. Saber lavarse y hacerlo bien es hoy un arma de primera clase. 

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