Opinión

Cuestión de afinidades

Al contrario de otros años en los que el mensaje navideño del Rey promovía un amplio comentario de afinidad y respaldo en las filas del PSOE, en esta edición no se ha producido reacción alguna ni en Ferraz ni en la Moncloa, los domicilios desde los que el partido socialista  debería poder expresarse. Bien mirado es natural, porque esa fracción socialista que encabeza Pedro Sánchez y que espera coronar un inquietante pacto político que permita al líder del movimiento alcanzar la ansiada presidencia del Gobierno, apenas puede  analizar el contenido de  un recado tan contundente como el que ha pronunciado el monarca porque, entre otras cosas, se prepara para vulnerarlo. Un partido de tan acendrada tradición institucional y tan larga y fructífera trayectoria sirviendo lealmente los intereses de la nación con sacrificio y generosidad, va a romper todos sus principios y se va a aliar con aquellos que, precisamente, desean quebrantar todos esos mandamientos. Romper con los deseos expresados por el rey que son los que defiende la España constitucional, y aliarse con los que tratan de trocearla. El vergonzoso silencio que ha continuado el discurso real desde los dos domicilios claves de la sede del Gobierno y la del partido que lo ostenta aunque sea con carácter provisional, demuestra sin tapujos de qué va todo. Demuestra que el PSOE no puede añadir comentario alguno y que, en el fondo, siente vergüenza al comportarse como está dispuesto a hacerlo. Por tanto, lo mejor es no decir nada.

Desde tiempos inmemoriales en la política de nuestro país, la Corona ha mantenido una relación más fluida con los primeros ministros de centro izquierda que con los de la derecha, quizá porque los personajes que encarnaron el progresismo siempre han sido más reflexivos, más tolerantes y más simpáticos. La  reina María Cristina no acababa de entenderse con Cánovas del Castillo y adoraba sin embargo al viejo Sagasta que se afianzó como un defensor irreductible de su persona. Alfonso XIII era mucho más de Canalejas que de Dato, y Juan Carlos I se llevaba mucho mejor con Felipe González y Zapatero que con Aznar. A la vista de este comportamiento de Sánchez no creo que el fenómeno se repita. Sánchez no necesita a nadie salvo a sí mismo y en este principio ha depositado todas sus fidelidades. Su planteamiento no va a terminar bien pero, en todo caso y salga como salga, no creo que el rey Felipe tenga que agradecerle nada.

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