Opinión

Comparaciones odiosas

Una de las cadenas de televisión por cuota que ofrecen el nuevo concepto del medio y se especializan en la programación de series de producción propia, está emitiendo estos días una realización que ha dedicado al segundo presidente de los Estados Unidos, el abogado, diplomático y periodista John Adams, representante bostoniano en el Congreso Continental que declaró unilateralmente la independencia y cuya firma aparece al pie del documento, junto con las del resto de los signatarios, representantes de las trece colonias, encabezados por la de un hombre enjuto, ceñudo y muy alto, el comérciate también bostoniano John Hanckock. Seguramente fueron estos personajes admirables quienes propusieron al mundo, nuevos presupuestos políticos y sociales capaces de triturar un orden obsoleto y obtuso que basaba expresamente todo el contenido de su filosofía política en el carácter casi divino de la autoridad real. Aquellos conceptos contenidos en la Carta de Independencia publicada el día 4 de julio de 1776 proponían al país una guerra irremediable pero establecían para siempre un modelo de gobierno y de Estado basado en la libertad, la igualdad, el derecho y la democracia.

Las sucintas palabras pronunciadas por John Adams para expresar la razón por la que aceptaba el cargo de representante por Massachusetts en la histórica cita de Pensilvania, alumbra toda la inquebrantable confianza que merece la decencia de la condición humana. y renueva la nobleza y dignidad de su destino. Adams pronunció esta oración a la libertad y el honor en un estrado del puerto de Boston en 1776, mientras Tramp, su sucesor tres siglos largos después, propone inyectar legía en los pulmones de los afectados por el coronavirus para ver si así sanan. O se los quita de encima que también cabe pensarlo.

Sospecho, a la vista de este sencillo análisis, que en el plano de la capacidad intelectual se ha producido un inquietante retroceso y este salto a la espalda  tampoco es propiedad de los Estados Unidos eligiendo al presidente que han elegido. No tengo la menor duda de que la capacidad de pensamiento, la concepción de Estado, la generosidad en el tratamiento de las cuestiones primordiales, la firmeza, el valor, la madurez y el respeto que mostraron Cánovas y Sagasta incluso en sus relaciones personales nada tienen que ver con Sánchez y Casado… Sánchez seguramente ni sabe quien era Sagasta, y Cánovas era mucho Cánovas para Casado.

Te puede interesar