Opinión

El turismo de segunda

Para fenómeno, el del turismo de masas que nos invade en este primer tercio del siglo XXI y que se ha ganado los odios de una buena parte de la ciudadanía entre la que no falta una izquierda que lo reniega ahora, siendo como fue la que se encargó de fomentarlo porque supuso que respaldaba un ámbito de conocimiento popular y un método la mar de rumboso para permitir que no solo los ricos pudieran desplazarse y conocer mundo sino que también podía y tenían derecho a hacerlo los pobres. Como utopía no estaba mal. Aquella primera tesis que igualaba las posibilidades sociales de conocer por ejemplo la Sagrada Familia a todos los que tenían ganas de enfrentarse a la inacabada obra cumbre del místico por excelencia de la arquitectura fueran pudientes o clase de tropa, ha pinchado por exceso, y esa izquierda que se zambullía en las apetencias sociales sin hacer cálculos y luego venía el tío Paco con la rebaja, es la primera en tratar de ponerle freno al invento porque tantas facilidades se han dado cita que en muchos de los ayuntamientos que gobierna –por ejemplo Barcelona- que las oleadas de visitantes en alpargatas amenazan con comerse el patrimonio por las patas.
 Antes se cruzaba el océano a bordo de grandes trasatlánticos y todo era glamur y gente guapa. Ahora le cargan a uno a pescozones en un avión en el que dentro de poco habrá que ir de pie, atado por la cintura y cogido a la barra como en el metro. Antes viajaban por placer los millonarios, cargados de baúles que introducían a bordo a lomos de los fámulos. El otro día, una compañía low cost me obligó a pagar veinticinco pavos por una maleta con ruedas porque con mi billete a pelo solo tenía derecho a llevar una mochila que colocar bajo mi asiento… Eso sí, trataron de venderme un catálogo completo de perfumería y se jugó en vuelo un rasca y gana.
Los movimientos humanos tienen la particularidad y el peligro de no conocer el límite. Por eso, cuando se pasan de la raya y se tornan peligrosos nadie de los que los integran manda parar. Personalmente estoy estremecido con ese turismo que se lleva ahora y que propone visitar los lugares de las grandes tragedias con la tropa armada con un palo de selfie en cada mano. Visitemos escenarios truculentos, áreas distinguidas por la tragedia y tiremos de la cámara del teléfono para retratarnos en ellas. Y luego, volvamos a nuestras íntimas comodidades.

Te puede interesar