Opinión

Cambios en el tiempo

Cuando uno se sienta a ver una película del pasado siglo, observa  sorprendido que hace veinte años las cosas eran muy diferentes a como son hoy en día. Por ejemplo, sus protagonistas se pasaban gran parte del metraje fumando y bebiendo, fiel reflejo de la vida cotidiana en la que se permitía fumar en todos los ámbitos públicos o privados y nadie se recataba de hacerlo ni sospechaba que podía molestar a los escasos no fumadores con los que compartía espacio. El machismo era, por entonces, un hecho cotidiano y aceptado sin pestañeo, y los guiones de las producciones del tiempo –no solo españolas afirmo- daban cumplida cuenta de una situación que clamaba al cielo. Hoy, cualquiera de las actitudes e incluso las frases que se proponían en esas películas habrían llevado a sus protagonistas directamente ante el juez, pero entonces eran motivo de grandes risotadas.

En estos pases de revista del tiempo pasado, recuerdo yo que en las reuniones entre amigos los temas de conversación e incluso los conocimientos eran muy distintos, y en esa creencia me he detenido, dispuesto a proponerme una sincera reflexión que no entraña sin embardo ningún juicio. Mostrar conocimientos sobre Historia y Geografía, por ejemplo, era un hecho habitual. Por el contrario, no había nadie que supiera una palabra de informática salvo que uno topara en la tertulia con un raro espécimen profesional del medio. El personaje disertaba entonces en lenguaje ininteligible, y el resto de los asistentes  respondía con sonrisas amables y muecas disimuladas que marcaba el general desconocimiento. Hoy, la situación se ha tornado completamente a la inversa. Casi todo el mundo se expresa fluidamente en el ámbito informático y domina con soltura la actividad referente a las nuevas tecnologías. Por el contrario, no tiene ni idea de Historia. Hace unos días, un conocido mío confundió a Alfonso XII con Alfonso XIII y se quedó tan fresco. Podía haberlo confundido con Alfonso X el Sabio y tampoco hubiera pasado nada. Mi padre, que era médico, se sabía de memoria el nombre de todos los fiordos de la costa noruega, los ríos de la Unión Soviética y los lagos de la frontera de Estados Unidos con Canadá. Por ejemplo. Y mi madre, que no había estudiado nada, se había convertido -por satisfacer su curiosidad- en una experta en Juana la Beltraneja. Hoy, esas cosas ya no se llevan.

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