Existen pocas cosas peores que una pandemia. Una de ellas es el torrente de bulos que se genera en torno a esta situación excepcional, cuyos contenidos se inspiran en teorías completamente irracionales. Acabo de escuchar a un sujeto que se ha especializado en satanizar los termómetros en forma de pistola que se usan mayoritariamente para tomar la temperatura en el acceso a lugares públicos. El charlatán de feria que infecta las redes calumniando este aparato, desarrolla una calenturienta teoría sobre los rayos que el termómetro lanza. Como el dispositivo se apoya en la frente, este chiflado defiende que cada toma mata mil o dos neuronas. También advierte que quema la cornea y lesiona la capacidad auditiva. La perorata de semejante individuo está en las redes y mucha gente lo idolatra.
Recuerdo que, a primeros de la pandemia, una parte de las teorías expresadas por personalidades con cierto predicamento, se empeñaron en desprestigiar las mascarillas, y a punto estuvieron de convencernos para que ni se nos ocurriera utilizarlas. La pandemia se originó en un mercado de China según la versión oficial, pero esa teoría parece rebatida por una comisión investigadora de la Universidad de Barcelona, que ha detectado restos de coronavirus en aguas fecales de esta ciudad cuya muestra lleva fecha de marzo de 2019. Podemos estar ante otro bulo como el de los termómetros abrasando cerebros y corneas, pero como este informe tiene una paternidad bastante más responsable y se debe al equipo liderado por un microbiólogo de gran prestigio en el ámbito universitario, el doctor Alberto Boch, quien se llama igual que uno los alcaldes más populares de Madrid que también era médico y también era catalán. Alberto Boch Fustigueras era un cerebro privilegiado que además de doctor en Medicina era también ingeniero de Caminos y abogado, y se hizo inmensamente popular por haber cambiado de emplazamiento la estatua de la Cibeles a la que pasó de una esquina de la Castellana hasta el centro de la plaza. Sin embargo, su mayor gloria la obtuvo como gestor desde el ayuntamiento de la capital, de la lucha contra una epidemia de cólera que asoló Madrid en 1885 y que Boch combatió usando un protocolo de medidas muy similares a las utilizadas por las autoridades sanitarias a día de hoy. Por su destacado papel en este episodio, Boch fue nombrado Hijo Predilecto de la Villa y Corte.