Opinión

Blanqueo de conciencias

A mi hija Marta le gustaba tanto “Lo que el viento se llevó” que, con apenas diez años, se sabía pasajes enteros del guión como yo me sé de memoria los pedazos más sublimes de “La venganza de don Mendo”. Sin levantar tres palmos del suelo, imitaba con gran precisión y dramatismo los tonos agudos y cantarines de los actores de doblaje que pusieron voces a la versión española de un film tan premiado y venerado que se ha convertido en uno de los eslabones más prestigiosos de la historia del cine. Existen tratados enteros sobre los aspectos más sobresalientes de su realización y, si bien tengo como preferidas algunas otras películas, reconozco que esta es una de las grandes expresiones cinematográficas de todos los tiempos. “Lo que el viento se llevó” es una obra cumbre y como película incomparable, está cuajada de anécdotas, paradojas y milagros que se inician con la propia naturaleza de Tara, el rancho sobre el que gira tanto la película como la novela en la que se inspira. Tara, cinematográficamente no existe, y ni siquiera es un decorado. Es, simplemente una colección de transparencias pintadas en un cristal. Esas y otras muchas peculiaridades hacen de la película un hecho extraordinario y un milagro artístico irrepetible. Y de sus protagonistas –Scarlett O’Hara, Rhett Butler, Ashley Wilkes y Melanie Hamilton- el póker de caracteres más extraordinarios de la gran pantalla.
La pudibundez ridícula instada por el inhumano y delictivo comportamiento policial que mató al joven George Floyd, ha presionado para declarar esta joya del séptimo arte como ejemplo de película racista, y la actual propietaria de sus derechos de emisión, la cadena HBO, ha querido anotarse el tanto y la ha tomado como escarmiento. Se trata de una estupidez como tantas otras que responden a un ejercicio disimulado de blanqueo de  conciencias. “Lo que el viento se llevó” no es una película racista sino una película que retrata una situación específica. La actriz Hattie McDaniels, que interpretaba al ama de llaves, no pudo asistir al estreno del film en Atlanta en diciembre de 1939 porque se lo prohibieron las leyes racistas de Georgia, y fue condenada y aislada en las últimas filas de la sala cuando la cinta recibió el Osca a la mejor película. Pero quien tomó esas decisiones fue la sociedad estadounidense de entonces y su vergonzosa intransigencia. No la película. A ver si vamos colocando a cada uno en su sitio.

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