Opinión

Bares, qué lugares

Según datos contrastados, antes de la crisis del coronavirus España era el país con mayor número de establecimientos hosteleros del mundo por número de habitantes. Las cifras oficiales expresan la magnitud de este fenómeno. En España están censados 277.539 locales de contenido gastronómico –bares, restaurantes o cafeterías- o lo que es lo mismo, uno por cada 175 habitantes. Solamente en Andalucía hay casi 50.000, y en la comunidad de Madrid se cuentan 31.400 nada menos, entre ellos, el más antiguo en activo del mundo, una casa de comidas fundada en 1722 que hoy es famosa más allá de cualquier frontera. El inefable, infalible e incomparable “Casa Botín”, al que acudía Galdós para comer cochinillo, que hizo protagonista de varios pasajes de “Fortunata y Jacinta” y que mantiene su emplazamiento fundacional en pleno arco de Cuchilleros.

Esta circunstancia no desconocida pero tampoco suficientemente valorada, aflora en estos días de trabajosa recuperación de un escenario cotidiano interrumpido, -el paulatino regreso a lo que los ideólogos de la Moncloa nos han obligado a llamar “la nueva normalidad”- que es una imbecilidad equiparable a lo de “los miembros y las miembras” que hizo famosa a la ministra Bibiana Aido, que nunca supo una palabra de nada, pero se hacía querer por sus disparates exquisitos.

Pertenezco a ese sector de españoles que considera seriamente que parte de su existencia y mucho de lo que es, será y ha sido, se ha fraguado en la barra de un bar -un arrebato intelectual profundo muy extendido por tradición y cultura  entre los que somos hijos de Madrid- lo que propone también a muchos de nosotros la necesidad de adquirir un necesario y honesto compromiso con los bares de cada uno y ayudar a su recuperación, porque un bar en este país nuestro es mucho más que un establecimiento donde se sirven bebidas. Son mayoritariamente negocios familiares, y sus dueños han sido frecuentemente amigos, confidentes, consejeros y hasta padres postizos si se me apura. A mí me han fiado en esos admirables refugios, me han tratado con cariño y con dulzura, me han acogido en mis soledades, y me han prestado dinero a fondo perdido cuando me ha hecho falta.
No podemos dejarlos tirados ahora. La caña, la tapa, la barra y sus confidencias son un tesoro que hay que cuidar con tesón y mimo.

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