Opinión

Los de ayer y los de hoy

El tramo final de la desescalada, parece coincidir con un instante de tregua en la pelea política, una situación que todos agradecemos vivamente. Para nuestra desgracia, el perfil humano y profesional de nuestros representantes en el Congreso y en el Senado ha ido degradándose paulatinamente hasta dar con el tiempo presente que, en mi incuestionable veteranía para la cata de asuntos relacionados con el debate parlamentario, califico como el peor de todos los periodos vividos por mí hasta la fecha. Hemos exigido muy poco a los responsables de cada una de las formaciones a la hora de elegir los componentes de las listas con las que concursar a las urnas, y no hemos impuesto mecanismos de control ni filtros  compartidos para tratar de depurar determinadas presencias. Por lo tanto, los partidos y sus organismos han tenido las manos libres para elegir a cualquiera y mandarlo al escaño sin dar un nivel mínimo de exigencia. E incluso se han permitido la desfachatez de tolerar la manipulación e incluso la falsificación de muchos de sus expedientes académicos y su expedición franca a la esfera parlamentaria sin comprobar antes que lo que decían estas currículos eran cosa cierta. El resultado de esta libertad mal gestionada y peor administrada es desolador. El nivel de conocimiento es ínfimo, el compromiso con aquellos valores intransferibles que caracterizan un país democrático es inexistente, y la educación política y de la otra está en unas cotas tan primitivas que uno no puede por menos de recordar, al verlos manejarse en su ambiente, ese cuadro de Francisco de Goya que nos muestra a dos sujetos riñendo enterrados en arena hasta la cintura con un bastón cada uno en la mano. Hoy, en efecto, la sociedad ha evolucionado en aspectos formales y una discusión a garrotazo limpio no estaría bien vista, pero el espíritu de esta estampa permanece vigente. Y también están de máxima actualidad sus efectos.

Ha pasado mucha agua bajo los puentes desde que este país nuestro recuperó su perdida dignidad y se abrió a un sistema democrático, pero no es aventurado determinar que aquellos políticos que fomentaron y protagonizaron el cambio eran incomparablemente mejores moviéndose en situaciones incomparablemente más difíciles que esta tropa de hoy en la que no es fácil señalar a alguien que merezca un cierto grado de respeto y reconocimiento. Tampoco es que me gusten los cantantes pero esos, por el momento, no gobiernan.

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