Opinión

El alimento y las redes sociales

El auge incontenible obtenido por los nuevos medios basados en las altas tecnologías audiovisuales nos permite saber cada más de cualquiera y romper las otrora infranqueables barreras de la intimidad. Estamos instalados en un mundo en el que la privacidad se ha ido demoliendo a golpe de plataformas compartidas, manejando informaciones que nunca antes podías manejarse. Ya nadie está a salvo, pero lo más sorprendente es que los primeros en cebar  el caudal informativo que contienen estos nuevos soportes son sus propias víctimas. 
 Alimentadas por los propios usuarios a los que, cada vez les parece menos temerario subir  a las redes amplios retazos de su existencia que contienen fotos arriesgadas, fechas comprometidas, gustos muy personales, paisajes íntimos y datos estrictamente confidenciales, sin calcular las consecuencias, las diferentes modalidades de redes sociales permiten estar cada vez más dentro de las vidas y misterios de los más notables. Pero la frivolidad tiene un precio y esos datos se  conocen mucho más tarde, cuando pasado el tiempo y una vez están casi olvidados, afloran a la superficie y producen una ostensible y merecida congoja. Cuando los famosos están en la flor de su famoseo todo es bueno, todo renta, todo vale. Cuando esa condición comienza a declinar hay que agarrarse los machos y esperarse lo peor, porque quien siembra vientos recoge tempestades.
La apetencia del pueblo llano por saber de la vida de los famosos es tan vieja como la humanidad, y en cada siglo se ha manifestado de un modo diferente para cumplir un objetivo igual. Existe un componente de naturaleza casi indescifrable en ese apetito, una impulso del que participa la masa que, por un lado desea identificarse con los más guapos, y por el otro se alegra profundamente de no serlo porque lo que está deseando es que se caigan de su belleza y se rompan la crisma contra el suelo de un patio interior. Por eso, el morbo pone tanto y es tan gustoso. Y por eso las redes sociales han tomado por asalto la vida cotidiana, sustentadas por los materiales de alta gama facilitados por los propios protagonistas de la historia que, gracias a esta dualidad absurda, se convierten a la vez en juez y parte.
Puestos a preferir, prefiero los culebrones ficticios de hace años, pero la decimonovena crisis de nervios entre Piqué y Shakira también atrapa lo suyo.
 

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