Opinión

A la tercera tampoco

La última tentativa de Theresa May para arrancar del parlamento un voto favorable a su solución pactada con la que cumplir el Brexit ha fracasado y van tres. La primera ministra del Reino Unido estaba seguramente convencida en su fuero interno de que esta nueva cita estaba condenada al fracaso como las anteriores, porque en realidad nada había cambiado desde la comparecencia anterior y tampoco había materia suficiente entre los parlamentarios, que hubiera mudado de parecer como para conseguir un vuelco espectacular en los resultados. En consecuencia, May volvió a perder  la batalla en un día en el que, con el calendario en la mano, la Gran Bretaña ya debería fuera de la Unión. No lo está, en efecto,  pero tampoco se mantiene dentro. La verdad es que el Reino Unido se ha situado en el limbo y de ahí y por desgracia para todos, no hay quien los apee.
No entiendo mucho de derecho internacional y la cuestión  es además para  muy expertos, pero sospecho que el asunto se ha metido en un culo de saco del que no va a ser fácil salir. Agotadas las vías de un abandono pactado, no cabe otra cosa que  ampliar el plazo y esperar a que los británicos se pongan de acuerdo. Ser conscientes de haber cometido un auténtico disparate ya lo son, y prueba evidente de su convencimiento está en esa manifestación celebrada en Londres en la que un millón de personas se fue a la calle para pedir un nuevo referéndum. Pero el hecho de darse cuenta a estas alturas de haber metido la pata no creo que sea argumento suficiente para volver a la casilla cero. Muchos más británicos de los que eran cuando se produjo la votación están hoy a favor de la permanencia, seguramente es cierto. Pero esa circunstancia me temo que no es baza legal suficiente como para lograr la convocatoria de una consulta nueva.
A pesar de todo, el sistema para buscar soluciones no es solo británico sino europeo. En mi opinión de indocumentado, la Europa comunitaria también tiene voz y voto en este desatino que Cameron forjó en su día por preguntar lo que no tenía que haber sido preguntado. Y por tanto, no es únicamente el Parlamento de Westminster el que debe  decidir. Gran Bretaña dijo no. La Unión  le ha echado paciencia y espera. Pero no siempre.

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