Opinión

La Crida nace corrupta

Los españoles están tan acostumbrados a que los separatistas catalanes alumbren cada poco tiempo partidos políticos continuación de los anteriores que no identifican ya el origen de la gran novedad presentada por el expresidente Carles Puigdemont, la Crida Nacional por la Republica.
 Es la heredera de CDC, que formó una coalición de nacionalistas moderados que gobernaron la autonomía la mayor parte de la democracia, primero con Jordi Pujol.
 La Crida, que significa llamar, gritar, incluso berrear, hereda ahora la que fue liberal y autonomista Convergencia Democrática de Cataluña (CDC) aliada desde 1978 con la democristiana Unió Democrática de Cataluña (UDC).
Coalición rota en 2015 poco después de que los jueces comenzaran a perseguir la corrupción de ambos partidos.
Con CiU en el poder sus dirigentes cobraban el tres por ciento como mínimo de comisión –a veces llegaba al veinte— por todo lo que la Generalidad tocaba, y cuando se divulgó su perversión los nacionalistas desviaron la atención ciudadana proclamándose independentistas, víctimas de España.
 Disuelta CiU, y con ella prácticamente el democristiano UDC, volvió en solitario CDC, pero por poco tiempo.
 La sigla estaba tan sucia que sus dirigentes crearon en tres años y consecutivamente nuevos rostros para desconcertar: Democracia y Libertad, Juntos por el sí, Partido Demócrata, Juntos por Cataluña y ahora la Crida.
 Tantos nombres, son lo mismo: la antigua CDC de Pujol y sus quizás 3.000 millones de euros de corrupciones y muchos otros con fortunas escalofriantes; ahora tienen como dirigentes al frustrado Puigdemont y al militante y atolondrado antiespañol Quim Torra.
 Por otro lado va el independentismo de Esquerra Republicana de Cataluña, la ERC de Oriol Junqueras, extraño porque ha acogido a personajes tan chocantes como el pacificador Josep Tarradellas y el racista, incluso nazi, Heribert Barrera.

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