Opinión

Una noble profesión

Pues, dilecta leyente, sobre las vicisitudes de la noble profesión de abogado de oficio, se podía reproducir aquel escatológico proverbio gallego: ”… e hai que dicir que chove”; o bien en plan más exquisito: “Ejercer de abogado de oficio en España, es llorar”, parodiando a nuestro insigne Santiago Ramón y Cajal, en este caso, como muy bien decía, respecto a la investigación, la otra cenicienta de la desastrosa política de nuestros “apijotados” padres de la patria.
Al que piensa dedicarse al Derecho penal, como actividad viva, hay que advertirle que éste es un oficio romántico. Que si quieren ganar dinero que se decanten por el Mercantil o cualquier otra rama del Derecho, por otra parte una aspiración legítima y respetable. Pero si quieren andar como meretriz por rastrojo, ya saben.
Al abogado de oficio, le “paga” la Xunta. Y pongo lo de “paga” entre comillas, porque no suele hacerlo con la prontitud esperada. Y eso, cuando no ocurre que le deniegan al interesado la justicia gratuita, después de que ya se le ha asistido con toda dedicación y y se espera la justa retribución por el trabajo. Ante esta frecuente situación, al abogado sólo le quedan tres opciones: Requerir a su defendido que le abone él la minuta, que suele ser que no; denunciarle ante los Tribunales, que suele declararse insolvente; o poner cara de parvo y recitar aquello de “Sonríe y deja que el resto del mundo se pregunte por qué.” O sea que las más de las veces, actúa como una ONG, pongamos que “Majaderos sin fronteras”
El cliente suele ser exigente, porque tiene la sospecha de que no se pone el mismo interés que si fuera de pago. Le llama a horas intempestivas, le persigue, convirtiéndose en su sombra y pretende “ayudarle” con sus conocimientos adquiridos por la experiencia de haber pasado unas cuantas veces por los tribunales o porque es socio de cuota de algunos de esos despachos que atienden vía telefónica. Al final, si sale mal es que el “alivio” es un mal abogado. Si sale bien, es que él tenía razón.
Pues, si, dilecta, la Xunta paga por trimestres, normalmente con retraso. Paga mal, porque si se echa cuenta de a cómo le sale la hora de tu trabajo, más le valdría quedarse en cama. Póngale el tiempo de asistencia en la Comisaría (2 horas), luego en el Juzgado (4 horas), después la presencia en la declaración de testigos (4 horas), el tiempo que le dedica a recurrir los autos (2 horas), a la calificación provisional (4 horas), al juicio oral (3 horas), eso cuando éste no se suspende y tiene que volver otro día; sin contar si tiene que recurrir la sentencia, etc. Ahora súmele los gastos de gasolina, parking, autopista, alquiler del despacho, teléfono, fax, luz, cartuchos de la impresora, folios, cursillos de actualización, y al final  tiene que poner dinero de su bolsillo. ¡Así es como se valora la justicia en este país!
 Y ante los que tratan de emponzoñar este digno oficio, si no fuera porque queda un tanto cursi, sólo cabría proclamar, con insensato orgullo, que “aunque le arranques los pétalos, no quitarás su belleza a la flor”.
Alguno de estos problemas, se podrían solucionar si la Xunta tuviese un mínimo interés en dignificar esta profesión, como sería pagar primero al abogado por la asistencia y si luego reclamarle al demandante de justicia gratuita, si resulta que no es merecedor de ella. Para lo cual tiene los medios, sólo falta la decisión para arreglar las cosas.
Después de lo dicho, dilecta, sólo me queda recordar lo que decía Jean Paul Sarte: “Felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace”.

Te puede interesar