Opinión

Un sicario arrepentido

Pues, hablando de crímenes por encargo, dilecta leyente, cuya modalidad parece que va in crescendo en nuestro país, concretamente desde 1.997, introducida por los pistoleros colombianos, recuerdo uno que se caracterizó por la falta de profesionalidad del contratado, cuando aún no estaban en boga estas bandas organizadas y también porque ocurrió en esta fascinante “Terra Meiga”.

Sucedió hace unos 6 años en Ourense. Una paisana contrató a un “sicario”, a través de internet, para acabar con la vida de la novia de su expareja, pero el andoba se arrugó y se fue con el cuento a la “bofia”. El hecho podría constituir un caso, ya clásico, de la crónica negra, pero el sucedido de la Ciudad de las Burgas, tiene unas características resaltables: La autora del encargo era reincidente, condenada por otro “encargo” fallido, (el de desembarazarse de su primer marido), en libertad y pendiente de la resolución de una petición de indulto (otro clásico); el ejecutor se creyó que era palentino (no palestino), aunque luego se descubriría que se trataba de un inmigrante latinoamericano, que posiblemente pretendía simplemente estafarla.

En este tipo de actividad delictiva concurren la competencia desleal, el intrusismo, la precariedad ecónoma y el recurso a internet como medio de relacionarse. La “competencia”, que al haber tanta oferta ha tirado los precios, con lo que por 3.000 euros, dando un anticipo de 150 euros, encuentras un tipo dispuesto a ponerle el pijama de madera a quien quieras (salvo que seas el yerno de la multimillonaria moneguesca  Hélène Pastor, a quien le costó 200.000 euros cargársela). El “intrusismo”, porque este negocio no  está debidamente reglado, carece de convenio colectivo, código deontológico, oficina de reclamaciones, etc., por lo que la profesionalidad muchas veces brilla por su ausencia... La “precariedad económica”, que ha llevado a mucho mindundi a apuntarse al oficio, sin vocación y, por último, porque “internet” permite un acceso fácil a cualquier tipo de información o anuncio, como “Rent a killer” (alquile un asesino). Ahora bien, si contrata a profesionales de verdad, con experiencia y garantías de éxito le pueden cobrar sobre 30.000 euros si la víctima es mujer o hasta 70.000 si es hombre.

Mire, el delito es constitutivo de asesinato, por haberse cometido “mediante precio”, con una pena de 15 a 20 años, aplicables por igual al autor material y al inductor/a (o sea a quien puso la guita, que sirvió para determinar al asesino a efectuar la faena). En el caso de la ourensana, no se llegaron a iniciar actos de ejecución, por ello, se queda en una mera proposición, como simple preparación del delito, por lo que la condena se pudo quedar en tres años (para darle la oportunidad de que vuelva a intentarlo, con más acierto en la elección del ejecutor).

Sin embargo, la modalidad más demandada es la del “matonismo”, en el que el contrato se circunscribe a dar un escarmiento a alguien. Aquí sí que hay que tener en cuenta el posible exceso del inducido, del que no respondería el inductor/inductora, salvo que el resultado fuera previsible.

Este tipo de delincuente suele utilizar teléfonos prepago, sistemas de navegación anónima y transacciones desde wifi pública. Al andoba se le localiza a través de los locutorios, normalmente colombianos, aunque también de países del este de Europa, que llegan, realizan el encargo y se piran, incluso en el mismo día. No se trata de psicópatas, sino de individuos movidos por el dinero: “Sólo son negocios”. Se suele sospechar que se trata de este tipo de delito cuando el crimen se comete en la vía pública, con algún disparo en la cabeza y no aparece claro el móvil, que sin embargo suele responder a razones económicas, venganza o celos, pero el sospechoso tiene coartada: No se encontraba en el lugar de los hechos.

Dentro de lo malo, tal vez sirva de consuelo saber que la mayoría de estos casos se quedan en meras ciberestafas, pues tienen la ventaja de la impunidad, ya que al contratante no se le va a ocurrir denunciar que pagó un dinero por un servicio que no se realizó.

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