Opinión

Un ladrón justiciero

Pues dilecta leyente, también entre el lumpen hay clases, y existe, aunque ya menos estricto, un código de honor talegario, que ve bien la violencia, pero excluyendo de ella a niños y ancianos, y así recordará el caso de aquel Rodríguez Vega, apodado el “mataviejas”, al que, en el patio de la prisión, otros dos internos le arrancaron el corazón, exhibiendo orgullosos su trofeo, mientras el resto celebraba apasionadamente tan apoteósico evento.

Pues en este otro caso, al que me refiero, se trata de un malandrín que entró a robar en la casa de un individuo, a la sazón entrenador de fútbol infantil, y al descubrir que aquél guardaba una colección de videos pornográficos con niños, sintió la obligación de denunciar los hechos, pues su conciencia de buen ladrón no le permitía inhibirse en tal escabroso asunto. Por ello denunció de forma anónima al pedófilo, aportando las cintas que lo incriminaban, con una nota en la que facilitaba los datos para la identificación del bandarra, al tiempo que alentaba a la policía a tomar medidas drásticas con el pervertido. Estamos ante un singular justiciero, del que su madre seguramente se sentirá orgullosa cuando lo vaya a visitar al maco, pensando tal vez que aunque el chaval tenga los genes de su padre estos han sido compensados con la bondad que supo inculcarle ella.

Lo cierto es que se arriesgó a ser descubierto y caer en manos de la bofia, pues entre las huellas dactilares dejadas en las cintas, el escrito y posiblemente en la vivienda, además de por la grafística y el ADN de la saliva al cerrar el sobre o el sudor, etc., tenía grandes posibilidades de convertirse en un serio candidato al trullo. Si bien en ese caso me sumaría con total convicción a pedir su indulto.

Ahora bien, a efectos procesal-penales, seguramente estaríamos ante una prueba nula, por haber sido adquirida de forma ilegal. Ya sabe, a lo que los leguleyos nos referimos como el fruto prohibido del árbol envenenado, que llevaría al archivo de las actuaciones y la absolución del lascivo gualtrapa.

Efectivamente, nos encontramos ante un nuevo caso de un entrenador de fútbol infantil, que resultó ser un depredador sexual de niños; pero sería un error demonizar a estos y otras personas que trabajan con menores. Sencillamente estos tienen más facilidades para dar rienda suelta a sus perturbaciones sexuales, pues la cuestión no es que el entrenador sea pedófilo, sino que el pedófilo es entrenador. 

Lo peor es que tras cumplir su “deuda” con la sociedad, estos miserables puedan trabajar de conserjes en un colegio infantil (al menos, anteriormente ha ocurrido), dándoles así la posibilidad de seguir embarrando el viejo proverbio “Mens sana in corpore sano”, con el que los atletas rogaban a los dioses por una vida llena de virtud y paz interior.

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