Opinión

Tiendas de barrio

Pues, dilecta leyente, sobre el tema que propone, a mí me viene a la memoria aquel viejo adagio de que “el pez grande se come al pez chico”. Asistimos al infausto espectáculo de contemplar como las grandes empresas están acabando con el comercio minoritario, hasta el extremo de que a muchas de estas tiendas de barrio habría que declararlas como especies protegidas, en vías de extinción.
Desde luego, en precios no pueden competir con los supermercados, pero en calor humano, en cercanía con el cliente, que con el tiempo se ha convertido en amigo, no tienen parangón. ¿Cómo comparar la frialdad de las grandes superficies, el anonimato de su personal,    con el trato personalizado y familiar del tendero/a, con el que puedes echar una parrafada sobre el fútbol, el tiempo, las enfermedades y de lo que te plugue, que siempre serás bien atendido. La señora Delia te aconsejará sobre la fruta o las hortalizas, muchas veces de su propio huerto, te ofrecerá huevos de sus gallinas y, a mayores, te dará cumplida información sobre los últimos acontecimientos. El señor José te ofrecerá vino seleccionado, de cosecheros de su entera confianza, y tendrás la garantía de que no te engañan, porque son del barrio como tú, y además te fían. 

Conocen tus gustos, que te ayudan a recordar cuando aparece el alzhéimer, conocen a tus hijos que van al mismo colegio que los suyos, y si se equivocan dan la cara, mientras que los otros se parapetan en sociedades anónimas, en gabinetes jurídicos, y si tienes un problema te encontrarás con una serie de departamentos interpuestos que te harán desistir por aburrimiento de cualquier reclamación.

Tengo varios clientes que han sufrido en sus carnes la desafección de estas empresas. Una se negó a devolver el dinero cobrado de más, amparándose en que había prescrito el tiempo para reclamar. De poco sirvió que el afectado llevase más de 30 años cumpliendo puntual y honradamente, sin rechistar, con la misma. Y es que la maquinaria burocrática de estos negocios funciona como una apisonadora sin corazón y sin alma.

A otro, la empresa intentó cobrarle varias veces la misma factura, sólo que este era un hombre previsor y guardaba los papeles. Aunque no hay que desesperar, también el pequeño David pudo vencer al gigante Goliat, y aún quedan jueces, tipo capitán Ahab, con el suficiente coraje para arponea a la bestia y librarte de sus mortales dentelladas.

Se argumenta a favor de las macroempresas que crean puestos de trabajo, tanto directo como indirecto. ¿Pero alguien se ha parado a pensar en el que destruyen y en cuántos sueños han roto? ¿Y  cuántos pequeños autónomos han sido engullidos y engañados por estos modernos tiburones? Claro, se me olvidaba que lo que al ciudadano le importa es que venden más barato, pues siguiendo la filosofía de Gordon Gekko, consideran que “lo que importa es el dinero, el resto es pura conversación”. Sin embargo muchos de sus productos están salpicados de abusos y traiciones al pequeño productor; y es que la voracidad de estos grandes escuálidos revestidos con traje de Dolce and Gabanna no tiene límites. Por ello, no se deje engatusar, detrás de esa sonrisa profident y esa voz aterciopelada se puede esconde un depredador.

La solución para sobrevivir en esta selva del asfalto es la especialización, la búsqueda de innovadores proyectos y acudir a las nuevas vías de comercialización, como internet. Como alguien dijo “la utopía son los sueños que se alcanzan con la lucha”. Con menos, comenzaron los que hoy son exitosos magnates en las diferentes ramas del comercio, aunque hay que reconocer que no todos podemos ser Billy Gates, pero sí, tal vez, Alicia Koplowtz. Claro que entonces, ya montados en el dólar, corremos el riesgo de convertirnos en ese engendro inhumano que ahora con tanto ardor criticamos. Por lo que, como ya advirtió Borges: “Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos, porque uno termina pareciéndose a ellos”.

Por cierto, no debemos meter a todos los empresarios en el mismo saco; algunos incluso son grandes benefactores de la sociedad, como el  gallego Amancio Ortega, o el mejicano Carlos Slim, que, ¡Oh Pacha Mama!,  estuvo hace poco en Avión; y no me estoy refiriendo a su jet privado. Otros, se han travestido de cierta solidaridad en el tema del COVID-19.¡Auuuuhhh!, que aullaría Charlie Rivel.

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