Opinión

Los supuestos hijos bastardos de Juan Carlos (III)

Pues el caso pudo dar un vuelco inesperado a la sucesión en la Corona, si resultase que, según la prensa sensacionalista alemana, el tal Albert Solá fuese hijo bastardo de Juan Carlos, supuestamente concebido durante una veda de la caza de elefantes.

La cuestión es que el tal Albert tiene, en la actualidad, sesenta y tantos años, es catalán y residente en Girona, por lo que, puestos a fabular, al ser el primogénito, le hubiera quitado el puesto a Don Felipe y pasaría a ser, en su día, el rey catalán de España. ¡Qué poco afortunado estuvo el aún príncipe, cuando en aquel Desfile de las Fuerzas Armadas comentó que no existía el problema catalán!
Según la misma información, también a D. Felipe le querían endilgar otro rorro, (pero eso en aquel momento no afectaba a la sucesión.) ¡Jopá, es que entre tanta clase para prepararles para ser reyes no les han enseñado a ponerse el clásico condón!

Claro que si el hipotético rey Albert estuviera casado, sabe Dios con quién, la cónyuge pasaría a ser reina y sus hijos pasarían a ser Príncipes e Infantas. O sea que cambiaría totalmente el árbol genealógico y esto pasaría de ser de Monarquía Borbónica a una monarquía bobónica, para “orgullo y satisfacción” de algunos, que quieren dar un vuelco bananero a la cosa.

Pero no nos precipitemos, no sería fácil que la Casa Real reconociera, sin más, tal prole, por lo que habría que ir a juicio. El supuesto hijo tendría capacidad legal para demandar al supuesto padre, sobre todo si este hubiese perdido el privilegio de la inviolabilidad (que, por fortuna, según los expertos, tiene efectos retroactivos), sin intervención de su madre, al ser el aspirante ya talludito. Pero para admitir la demanda de paternidad es necesario presentar un principio de prueba, es decir que haya indicios que hagan creer en la posibilidad de que el demandante es hijo del demandado. Y aquí es la madre del cordero. Se ha admitido como principio de prueba un mensaje de móvil que no hacía la mínima alusión al embarazo, pero que demostraba que el candidato tenía el teléfono de la chica, o en el caso de un militar bastó con justificar que en el momento en que aquélla quedó embarazada, él estaba de permiso en la misma localidad.

En otra ocasión, no se admitió como principio de prueba dos móviles repletos de conversaciones íntimas durante el embarazo de la demandante, ni el testimonio del conserje del hotel en donde tenían lugar los encuentros amorosos,  porque  ella era mujer de moral distraída.

Una vez admitida y vista la viabilidad de  la demanda es cuando para tener la completa seguridad de la paternidad se propone la prueba biológica, que es voluntaria para el demandado y si se niega es cuando corre el riesgo de que le puedan endiñar el rorro. En este caso, bastaría con comprobar si el supuesto heredero tiene “sangre azul”. 

No sé que pensará Ramón Feijoo.

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