Opinión

La persecución del contrabando

Pues, dilecta leyente, continuando con mi anterior artículo, le diré que el principal y más dañino enemigo del contrabando no era, como pudiera parecer, el personal de aduanas o las patrullas de vigilancia, ya que estos apenas interferían en sus actividades y relaciones; el verdadero tumor del contrabando de postguerra, la principal causa de su extinción se encontraba en los numerosos chivatos que integrados en las propias cuadrillas de contrabandistas, o simplemente como vecinos de los contrabandistas, facilitaban regularmente informaciones vitales a los servicios de represión y vigilancia, sin las cuales dichos servicios se hacían casi completamente inoperativos. Estos falsos contrabandistas y chivatos recibían a cambio y en secreto, de manos de la autoridad, una parte del botín sobre los géneros aprehendidos. Figura que era contrarrestada por la de los soplones o espías que informaban a los contrabandistas de los movimientos y las previsiones de los guardias. Luego, estarían los acuerdos implícitos y explícitos entre vigilantes y contrabandistas, que posibilitaban construir un difícil equilibrio que permitiera la convivencia entre ambas figuras contrapuestas.

El móvil del rápido beneficio fue una poderosa razón que impulsaba al contrabando; pero había otras causas, menos materiales pero igualmente importantes: la imposibilidad de alcanzar las metas socialmente establecidas, la rebelión contra la propia situación, la afición al riesgo, el carácter de los contrabandistas etc. En este sentido, el fenómeno del contrabando tradicional puede ser interpretado como un tipo especial de desviación social activa, de conducta anómica respecto de unas normas socialmente establecidas (Merton, Becker, Dharendorf).

Los contrabandistas pasaban la raya de noche y por senderos donde no pudieran ser localizados. Lo malo era que la Benemérita también conocía estos vericuetos. Comprada la mercancía se escondían en un pajar, esperando que llegara la noche de nuevo para volver a pasar la raya, llegando a casa de madrugada, para a la noche siguiente tomar de nuevo el camino hacia destinos donde pudieran vender más caros los productos. 

La Brigadilla de la Guardia Civil se tomaba muy en serio su papel represor (cuando no claudicaba en su honestidad), y aplicaban la “Ley de Fugas”, que tantas bajas causó a estos estraperlistas. Claro que si los beneméritos hubieran querido afinar la puntería habrían sido muchos más. Uno de estos, que era confidente de la “secreta” viguesa, cayó en una trampa urdida por aquéllos con ocasión del día de su patrona. Mediante una llamada telefónica que le obligaron a hacer a uno de sus socios para que acudiera al lugar donde se estaba realizando un desembarque de tabaco, le dieron el alto, intentó huir en su coche, le dispararon y apareció muerto, desangrado, a pocos kilómetros. No hubo la menor protesta. Fue enterrado con discreción y su hermano se hizo cargo de la continuación del “negocio”. Así se tomaban las cosas estos estraperlistas. 

Había también un inspector de policía, destinado en la brigada móvil, temido por todos ellos, al que apodaban “El Coyote”, que tenía el olfato de un sabueso para detectar el contrabando y se había hecho famoso por perseguir a los estraperlistas por el techo de los vagones hasta darles alcance. Cuando llegaba a Vigo, en pleno invierno, se iba a bañar a la playa de Samil, desafiando a toda clase de elementos naturales. Así fue forjando su leyenda de hombre intrépido.

El contrabando se trasportaba luego por tierra en mula para repartir por los pueblos y otras veces en tren o en autobús. El tren era el medio más utilizado, porque te permitía más posibilidades de camuflar la mercancía, como de tirarse en marcha, si llegaba la ocasión, siendo los ferroviarios los principales estraperlistas, sobre todo de café. 

La mercancía se ocultaba en las maletas, o, en el caso de las mujeres, cosidas alrededor de la cintura, debajo de batas anchas, en la ropa de falsas embarazadas, etc. Y se comercializaba en las ferias y mercadillos. La de Carballiño era un ejemplo de prosperidad para el negocio, debido a los pactos contra natura con los encargados de su persecución. En Vigo, teníamos La Piedra, una especie de puerto franco. A nivel más cutre, el tabaco, se ofrecía de tapadillo en muchos bares, con total impunidad.

El cambio social acaecido en el mundo del contrabando entre 1.939-1.975 constituye el último reto, quizás el más importante. Efectivamente, parece que el contrabando tradicional sufrió un importante revés a mediados de los setenta; que llevaron al modelo tradicional a esta situación de catástrofe y necesaria transformación.

Aunque la integración de España y Portugal en la Unión Europea ha supuesto la quiebra definitiva del contrabando tradicional, parece ser que el contrabando en la zona de frontera no ha muerto, sino que se ha transformado y adaptado a las circunstancias que imponen los nuevos tiempos. Hoy muchos de aquellos contrabandistas de tabaco se han pasado a la droga y a pesar de esta actividad tan  criminal, gran parte de la sociedad sigue viéndolos con cierto aire de condescendencia. ¡Descomunal error!

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