Opinión

País de extremistas y contradicciones

Pues sí, dilecta leyente, éste es un país de extremistas. Pongamos que hablamos del tema de la educación:  Pasamos de una época en que el chaval no tenía derechos, siendo el maestro el único juez y jurado, quien en uso y abuso de su “potestas”  no sólo te podía correr a gorrazos y capones y que encima, en casa, si te quejabas, te caían otros tantos, sino que además sus notas eran inapelables y podía suspenderte “ad divinis”, negándote el derecho a examinarte, echarte de clase, y hacer mofa y escarnio de tu insignificante persona, a otra etapa en que el adolescente tiene todos los derechos y el “profe” se convierte en un coleguita al que hay que tomar el pelo y darle caña, pincharle las ruedas del coche cuando se pone pesado con lo de estudiar, o amenazarte con quejarse a su padre y armar la marimorena. En esto llegó La Aguirre y mandó “a parar”, siendo secundada por otras Comunidades. Y ahora los docentes gozan del status de autoridad pública, para que tengan mayor protección penal frente a los aguerridos colegiales.
Pero la verdadera “autoritas” no  se obtiene sólo porque así lo decida una norma legal, hay que ganarse el respeto del alumno, demostrando conocimientos, voluntad de enseñar, cumpliendo los horarios, no faltando al trabajo con espurias excusas y, en general siendo el primero en dar ejemplo de comportamiento. Por fortuna, la inmensa mayoría son acreedores de tal rango.
Recuerdo una preciosa anécdota, en que paseando por Vigo con un viejo maestro, decidimos entrar en uno de aquellos bares del Casco Vello, cuando un fornido tío salió corriendo del interior de la barra y se abalanzó sobre mi anciano acompañante, gritando: “Gracias a usted, Don Pedro, no pasé frió en mi pobre infancia”. Creí que se refería a que le había “alumbrado”, pero no. Lo que el hombre rememoraba era que su maestro, Don Pedro, le había regalado un abrigo. Y así fundidos en un abrazo y con lágrimas en los ojos permanecieron largo rato hablando de “aquellos tiempos” en Ribadavia. Y yo, una vez más, me sentí orgulloso de mi tío.
En el tema de la Justicia somos todavía más extremistas: Hemos instaurado un Tribunal del Jurado, a cuyos miembros tras imponerles, como condiciones básicas, ser legos en Derecho y, eso sí, saber leer y escribir, luego se les exige que sean capaces de interpretar los informes forenses y periciales como los mayores expertos en la materia, y así paren esas sentencias que más bien semejan el resultado de una defecación de heces caprinas. 
Pero si hablamos de contradicciones, el paradigma de ello no puede ser otro que Pedro Sánchez (a) “Pinocho”, porque miente más que habla. Primero veta al “Coletas” para hacer una coalición, como si fuera el mismísimo Belcebú, y ahora se abraza a él como su fuera su “amante bandido”. Esta parida sociatacomunista sólo nos puede llevar a la equiparación con Venezuela y su revolución bolivariana-nacional bolchevique, y más si está por medio “Mr. Bean”.
Si “Pinocho” proclamaba que nunca y bajo ningún concepto se coaligaría con el bolchevismo-neocomunista, ahora tenemos el matrimonio morganático con Podemos. Es que al hijo de Gepetto cada vez le crece más la nariz,  al mismo tiempo que decrecen la economía, la unidad y la moral. Pero como dirían Tip y Coll: “La próxima semana hablaremos del Gobierno”.

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