Opinión

Muerte a “quemarropa” durante las hogueras

Como sabe, dilecta leyente se discute sobre el origen de la celebración de hogueras en la noche de San Juan, una costumbre que se ha internalizado, siendo Alicante donde tienen lugar las hogueras más famosas que incluso han sido declaradas en 2.014 de Interés Cultural inmaterial, donde endulzan la fiesta con los acreditados pasteles de coca,  que no tienen nada que ver con la farlopa. En Galicia prevalece la idea de su relación con el solsticio de verano y las variantes relacionadas con la mitología celta. Por ello, a diferencia de otras partes, aquí no solo se rinde culto al fuego (hogueras), sino al agua (baños sagrados) y a las hierbas de San Juan (no las otras), que se dejan en agua para lavarse a la mañana siguiente, siendo la comida típica las sardinas asadas. 
Para que todo transcurra en orden se establecen unas normas para prevenir incendios y quemaduras, así como dispositivos especiales de seguridad, y para evitar ahogamientos por imprudencia y bocados de siniestros tiburones, algunos alcaldes dictan bandos prohibiendo el baño en la playa desde las diez de la noche hasta las nueve de la mañana del día siguiente; pero eso no evita que aparezca un tipejo asocial; pues, desgraciadamente, hay quien no sabe divertirse sin armar bulla.


Y es que bien porque hay mucho sicópata, o porque la noche confunde o porque se unen al trastorno de conducta los efectos de la maría, el perico o el jamelgo, el caso es que la combinación puede dar lugar a un resultado letal, sobre todo si a ello se une que el bandarra sea un peligroso delincuente y encima armado.


Lo cierto es que son muchos los casos en que las buenas personas intervienen para llamar la atención del andoba y este responde violentamente, porque está acostumbrado a hacer lo que le da la gana y no admite que nadie frustre su “diversión”.
Últimamente hemos asistido al caso de la alimaña de dos patas que asesinó a un joven en Chapela por recriminarle orinar hacia donde se encontraba con su grupo observando el final de las hogueras. Un criminal arrogante y pendenciero que así agradece la deferencia con que le trata esta sociedad del buenismo (to er mundo é güeno), dándole permisos orientados a su reinserción social. Y es que nuestra sociedad ha establecido que el fin de la pena privativa de libertad no es meramente la retribución vengativa por lo que ha hecho (el castigo) sino la posibilidad de que se rehabilite y se convierta en un miembro más de la población, respetuoso con la ley. Tal vez, como dijo el prestigioso criminólogo Lacassagne: “Cada sociedad tiene la delincuencia que se merece”.
 

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