Opinión

Ladrones con pamela

Pues, dilecta leyente, si tenía usted una idea preconcebida de los choros, debe cambiar el chip inmediatamente o la van a crujir a robos. Con esto de la arribada de la delincuencia internacional organizada hay que estar al loro. Olvídese de Cesare Lombroso y su estudio del delincuente nato o de Kurt Schneider sobre la clasificación de los delincuentes o más modernamente de Bernaldo de Quirós. Ahora se puede encontrar con una bella señorita en las escaleras, vestida de Armani y con despampanante pamela, oliendo a chanel 5, que viene de chorizar en su piso. ¿Cómo va a desconfiar de tal “fermosa” dama que parece que viene de un desfile de Pasarela Cibeles, y a la que cualquier pringao hubiera deseado tener entre sus sábanas, cuando ella ya viene de vuelta de revolver su dulce hogar y cobrarse por sus impúdicos pensamientos, con carácter previo a los mismos, en la seguridad de que al verla los tendría. Y, mientras el “nota” sigue obnubilado con la gacela, ésta lo ha desplumado.
Se trata de un grupo itinerante de mujeres jóvenes y esbeltas, de origen croata, que se hacen pasar por turistas y que tienen pasión por las viviendas de lujo a las que acceden por el viejo método del resbalón mediante el uso del plástico duro de una radiografía o similar y en otros casos con el empleo de ganzúas o métodos más sofisticados, pero siempre con exquisita limpieza, volviendo a dejar la puerta cerrada. La pamela la emplean para no ser identificadas. O sea, cambian el socorrido pasamontañas por la sofisticada pamela.
Pero no se equivoque, el hábito no hace al monje, desde el punto de vista criminológico este tipo de ladrones no puede encuadrarse dentro de la tipología de los delincuentes de “cuello blanco” (White collar criminality), también conocidos más familiarmente como de “guante blanco” y que requieren dos circunstancias: Que el autor se trate de una persona respetable, de elevada condición social y que cometa el delito en el ejercicio de su actividad profesional. Éstas son vulgares rateras. Pues aunque la mona se vista de seda, mona se queda. La pregunta jurídica sería si  se les podría aplicar la “agravante de disfraz”.
También se ha detectado la vuelta de los marcadores en las puertas. Anteriormente estos marcadores que dejaban los malandrines eran más sofisticados, ahora se limitan a dejar unos plásticos transparentes, a modo de precintos, para comprobar si hay alguien dentro.
Lo asombroso es que todavía haya quien no disponga de cerraduras de seguridad, sobre todo cuando se guardan cantidades de dinero y joyas, un “consumado” fácil de camuflar y de pronta salida para los peristas del ramo. Y, sobre todo, que sean tan “lilas” para dejarse llevar por las apariencias.

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