Opinión

De héroes a villanos

Pues, dilecta leyente, del tema de algún político acusado de haber tenido amistad con un contrabandista, reconvertido en traficante de drogas, le contaré algo sobre lo relacionado con el contrabando o estraperlo entre España y Portugal, debido en gran parte a la escasez de alimentos y artículos de primera necesidad, tras nuestra guerra civil y que, debido a su divina juventud, tal vez desconozca o tenga una idea confusa. Actividad que por su cualidad de país fronterizo, ha desempeñado un destacado papel en la vida económica de la nación.

Los años que sucedieron a la guerra civil no fueron fáciles. Los desastres ocasionados por las bombas, la “pertinaz” sequía que se ensañó con nuestro país, el aislamiento internacional por parte de algunos países, obligó al Gobierno a controlar la distribución de las pocas mercancías que había, asignando a cada persona cierta cantidad de los productos básicos, como azúcar, arroz, aceite, pan, etc., que había que recoger con la llamada “Cartilla de Racionamiento”, que comenzó en 1.939 y se alargó hasta 1.952, por lo que el contrabando con Portugal era una de las salidas a la hambruna. Vino a suponer, en la mayoría de los casos, una decisión forzada frente a una situación de penuria material y de indigencia.

Los artículos objeto de contrabando eran bastante variados: café portugués, corcho, sal, telas, tabaco americano, ganado, etc. Hubo una época, en la década de 1.980, en que fue muy activo el contrabando del bacalao seco.

Los contrabandistas actuaban, bien como simples mochileros, actuando de forma esporádica, o integrados en cuadrillas. Muchas veces el contrabando se ejercía como subsidiario de otra actividad principal, que normalmente no tenía nada que ver con aquella. Lo cierto es que esta actividad contribuyó a consolidar los lazos de amistad entre las poblaciones ubicadas a ambos lados de la raya, y a que estas relaciones persistieran aún en tiempos de crisis y de abierta hostilidad entre ambos países.

En la sociedad de la postguerra el contrabando parece alcanzar a todas las capas sociales. Esta complejidad viene determinada, al menos en parte, por la extensión del fenómeno y la gran diversidad de sujetos que con él se relacionan; el contrabando realizado por las clases acomodadas difiere sustancialmente del realizado por la gente común. Un segundo factor de complejidad lo constituye el hecho de encontrarnos con un personaje secreto y desconocido (la cuadrilla de contrabandistas, los itinerarios,...), que tiene en la discreción y la confidencialidad sus principales armas de supervivencia; un tercer elemento de complejidad lo constituye la naturaleza cambiante del fenómeno, el cual sufre importantes transformaciones a lo largo de la historia que le conducen hasta su práctica extinción.

La cuadrilla de contrabandistas constituía la estructura básica de la organización del contrabando; de carácter flexible y funcional, imponía reglas no escritas que regulaban el comportamiento y la conducta de sus miembros, además de establecer unas sanciones tácitas para el que se apartara de dichas reglas.

Estas cuadrillas llegaron a adquirir estructuras sólidas y bien organizadas a través de las que se canalizaba el tipo de contrabando en la frontera, siendo sus principales centros de referencia y sistemas de información,  las tabernas y algunas quintas portuguesas. La mujer del contrabandista solía ser la encargada de colocar una parte importante de la mercancía; para ello utilizaba su red de relaciones dentro de la comunidad. El carácter de dicha red hacía del contrabando un fenómeno singular, asumido y protegido por la mayor parte de la comunidad.

Las mujeres contrabandistas y estraperlistas, además de compartir ciertas singularidades (una gran parte de ellas eran viudas de guerra, sin ingresos ni trabajos fijos y mantenían hijos a su cargo), mantenían entre sí estrechos lazos de consanguinidad o de afinidad.

Tanto si el contrabando se repartía por los pueblos y campos directamente por el propio contrabandista o dentro de la comunidad por sus mujeres o por las repartidoras, el contrabando descansaba necesariamente, y no podía ser de otra manera, en su aceptación implícita, consentimiento tácito y protección mediante la complicidad que le brindaba la comunidad. Ello contribuía a que el contrabandista gozara de cierto reconocimiento social. Así en mi comunidad de vecinos, cuando vivía en Villagarcía de Arosa, el presidente “in fine” era uno de los mayores estraperlistas de la zona. Como ellos mismos se justificaban “traficamos en unos artículos que el Estado no puede abastecer a las personas de este país”

Lo malo es que aprovechando su propia estructura y que el contrabando  de tabaco, al que, últimamente, en su mayoría, se dedicaban, se convirtió en delito, algunos decidieran pasarse al tráfico de drogas (“la madre de Satán”), que dejaba más dinero; aunque desgraciadamente parte del pueblo sigue viéndolos con cierta condescendencia. Pero eso es como comparar la flor del tojo con la sugerente, a la par que venenosa, flor de la adelfa.

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