Opinión

Flautistas de Hamelín

Pues, dilecta leyente  siempre hay  tipos,  pertenecientes a alguna especie sin catalogar, que aprovechan la menor oportunidad para armarla, o si lo prefiere, en lenguaje más técnico, para desestabilizar el país. 

No recuren a la indiscriminada bomba, ni al atentado anarquista; son más sofisticados. Utilizan las nuevas armas de destrucción masiva, como algunas tertulias televisivas y las holgadas autopistas de las redes sociales para dirigirse con un sugerente lenguaje populista, propio de los caudillos bananeros, a un público desorientado y descontento con el momento que le ha tocado vivir, lanzando sus arengas contra todo lo que signifique orden o autoridad, con promesas utópicas. Lo malo es que algunos han alcanzado altas cotas de poder; y eso duele, como diría “La Bombi” (Fedra Lorente).

Habría que recomendarles que añadieran a sus promesas, al estilo de Marx, Groucho, por supuesto: “Y también dos huevos duros”. Y, de paso, un mundo de luz y color, en donde se destierre el trabajo, el sufrimiento y la pobreza, y en donde reine permanentemente la felicidad. 

Son auténticos flautistas de Hamelín y, en el peor de los casos, falsos predicadores, que actúan como la flor de la Candiles, que atrae con su belleza a los confiados insectos para atraparlos en su interior. 

Pero eso parece sacado del alucinante libro de Aldoux Husley, “Un mundo feliz”, en donde se había creado un mundo ficticio de permanente gozo y solazamiento, donde los ciudadanos, liberados de compromisos, se entregaban al noble deporte de la cópula sin paraguas, sin gatillazo y siempre en forma. Un sistema copiado de los bonobos, que acuden al sexo como forma de resolver las disputas. 

En el fondo era una férrea dictadura con apariencia de democracia, con unos residentes convertidos en auténticos zombis destinados a servir a los disparatados experimentos del chiflado Director del Laboratorio. Eso sí, tras conseguir eliminar instituciones que tradicionalmente han “esclavizado” al hombre, como la familia y la religión. (“Cosas veredes, querido Sancho, que farán fablar las piedras”.)

Prometer cambios es una oferta que funciona, especialmente entre los que ven un negro futuro. La cuestión es si el cambio no será a peor y a quién realmente beneficia, pues desgraciadamente suele ser un quítate tú que me pongo yo. Ya lo advirtió Napoleón: “A muchos de los que dicen sentirse oprimidos, no les importaría convertirse en opresores”. 

Permítame que le cuente un sucedido con ocasión de un peregrinaje a Lourdes, en busca de un milagro: Resulta que una inválida física era llevada en una silla de ruedas, pero por descuido del cuidador, terminó cayéndose por un terraplén, a lo que aquella sólo acertó a exclamar “¡Diosito, Diosito, que me quede como estoy!”.
Y es que, como estamos ahora, parecería que ya no podemos empeorar. Sin embargo,  como dijo cierto general, con la tropa diezmada y hambrienta: “Toda situación por desfavorable que sea, siempre es susceptible de empeorar”.

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