Opinión

El odio y el amor

Pues, dilecta leyente, la supongo informada de ese juicio en la Audiencia Provincial de Lugo que se celebró contra un energúmeno, acusado de maltrato a su pareja. Al mismo tiempo en A lama, dos reclusos se casaban mostrando al mundo su tierno amor.
En el primer caso, el energúmeno venía sometiendo durante los últimos dos años a su partenaire a continuas coacciones, amenazas, violaciones, y lesiones. Además la chantajeaba con hacerles daño a las hijas menores, si no se plegaba a sus espurias exigencias.
Sin embargo, no debió esperar tanto tiempo para denunciar, ya lo podría haber hecho desde el  mismo momento del primer insulto, por un delito de “vejaciones injustas” que el Código Penal castiga con la pena de Localización Permanente (Arresto domiciliario) de 5 a 30 días, en domicilio diferente y alejado de la víctima. Pues, la denuncia quizá hubiera servido para pararle los pies al energúmeno, que al parecer iba de “crecidito”.
Tiene razón, dilecta, que eso antes era una falta, pero en una de las últimas reformas aquéllas han desaparecido, pasando muchas a ser sancionadas por la vía administrativa, y otras, como la que nos ocupa, fueron elevadas a delito, siempre que la ofendida sea una mujer con la que el energúmeno tenga o haya tenido una relación afectiva, como es el caso.
La injuria que se sanciona con las vejaciones en el mismo artículo como complemento o alternativa de aquélla, no admite demostración sobre su veracidad, a diferencia de la calumnia. Por otra parte toda vejación es por si misma injusta.
Claro que estamos tratando el hecho como de vejaciones leves, pues en otro caso podríamos estar hablando de cosas más graves, como  un “Delito contra la integridad moral”, que podría dar con los huesos del energúmeno en el talego. Y es que, por lo que me cuentan, el energúmeno aunque sea malo, no deja de ser un cretino de tomo y lomo, al que, en cualquier caso, cabría aplicar el “Edictum de feris”, por andar sin atar.
En contraste con lo anterior, dos internos, proclamando su amor desde sus respectivos chabolos de la prisión de A Lama, un amor que irrumpió como una hierba entre dos adoquines, contrajeron matrimonio. Los dos se conocieron en la calle, cometiendo juntos diversos atracos y no dudando en emplear violencia contra la Policía, por lo que los medios no dudaron en aplicarles el apelativo de Los Bonnie & Clyde, en recuerdo de la triste pareja de gánsteres americanos.
Fue una boda cutre, como cabía esperar, tras una vida difícil en que les quitaron tanto que acabaron quitándoles el miedo, siempre escoltados por la Benemérita que los trasladó en “coche nupcial” al Ayuntamiento, para, tras la apresurada tarta de boda, reintegrarlos por el mismo medio al talego, A la celebración solo asistieron dos personas, una de ellas la cuñada de la contrayente, a la que ésta había pedido como regalo del enlace una liga roja, y es que a pesar de su tosquedad, que le había llevado a ser propuesta para el cambio de trullo, conservaba ese halo de coquetería que le hacía soñar con fantasías sexuales que debió experimentar en el apasionado vis a vis de dos horas, para luego volver cada uno a su módulo, donde recordarán que fueron libres y felices durante unas horas, y tal vez se prometan amor eterno fuera de las rejas, aprovechando para rehabilitarse. ¡Que así se escriba y sí se cumpla!

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