Opinión

Economía sanchista

Me pide, dilecta leyente, que escriba algo sobre el déficit público de nuestro país. Y a mí eso me suena a suspensión de pagos o quiebra. El primer caso, creo recordar es cuando el empresario prevé que no va a poder hacer frente a las deudas y se declara en tal situación, para tratar de mitigar los perjuicios, y el segundo cuando el agua ya le llega al cuello y la empresa está anegada por el fango de las facturas. Sin olvidar que en caso de quiebra fraudulenta se puede terminar en el talego. 
En cualquier caso, significa que son mayores los gastos que los ingresos, y que cualquier familia en esa situación perdería la casa y sus pertenencias y se encontraría en la puta calle, durmiendo debajo de un puente. Me pregunto si nuestro Presidente podría estar en alguno de esos casos, cuando encima juega con “nuestro dinero” y condena a nuestros nietos a la indigencia por la herencia envenenada que les pueda dejar.
Pero en economía política, la cuestión es diferente, salvo que el andoba la tela se la meta en la saca directamente. Existen fundamentalmente dos teorías: la que representa Milton Friedman, que viene a decir que el Estado debe dejar la pasta en manos de las familias y permitir que éstas se administren (bajada de impuestos), sin caer en el extremista pensamiento de Smith, y la de sentido contrario, de Keynes, que justifica el gasto público y por ello la intervención activa del Estado, sin importar endeudarse.
Sánchez se declara keynesiano para justificar su despropósito, pero si el ilustre John Maynard Keynes levantara la cabeza se escandalizaría al ver como un alumno que estudió economía plagiando la tesis doctoral, puede hacer tal escarnio de su teoría. Como en el cuento de “El cedro vanidoso,” Sánchez podría pensar “Si con lo hermoso que soy diera además fruto”…
El sistema económico de Sánchez parece un conglomerado de las diferentes teorías sobre el tema, sin importarle que sean contradictorias entre sí.  Por una parte parece acoger la escuela clásica de Malthus sobre el control de la natalidad, mediante el favorecimiento del aborto, y la penosa cuestión de las pensiones mediante la eutanasia. Del marxismo fomentando la lucha de clases entre trabajadores y empresarios. De la escuela neoclásica que, cuando la contracción de la economía es grande recomienda incurrir en déficit presupuestario, invirtiendo en obras públicas o concediendo subvenciones a fondo perdido a los colectivos más perjudicados. Y de la econometría con sus input-output y sus complejas tablas, en un batiburrillo capaz de liar a economistas, ingenieros, matemáticos, psicólogos y estadísticos, para que el personal no se entere de nada. Eso sí,  no quiere hablar de la escuela mercantilista  ni la fisiocrática. La primera porque propugna una balanza de pagos con saldo positivo y la segunda porque decidió desproteger la agricultura como generadora de riqueza.
Se le podría aconsejar lo que Patronio le recomendaba al conde Lucanor: “Vos, señor Conde, si queréis que lo que os dicen y lo que pensáis sean realidad algún día, procurad siempre que se trate de cosas razonables y no fantasías o imaginaciones dudosas y vanas. Y cuando quisiereis iniciar algún negocio, no arriesguéis algo muy vuestro, cuya pérdida os pueda causar dolor por conseguir un provecho basado tan sólo en la imaginación”.

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