Opinión

¿Dónde paras?

Convaleciente aún de los zarpazos que proporciona la selva asfáltica, reflexiono, desde la tranquilidad de esta cercana villa marinera, cuan poco cuesta ser feliz, y me dedico a filosofar sobre cosas intranscendentes de la vida.
Hay diversas circunstancias por las que se puede situar espacialmente a las personas: lugar de nacimiento, trabajo, desposorio, domicilio, ocio, etc.; pero, por motivos que no vienen al caso, había olvidado la del lugar de chiquiteo (actividad también considerada como “deporte de levantamiento de vidrio”).
Uno, por avatares de la vida, a la que no es ajena la salud, había olvidado el noble ocio de la tertulia tasquera. A la salida del curro, a eso de las catorce horas, los amigos se reúnen para pillar una botella de vino, ante la que debatir sobre lo divino y lo humano, sin llegar a ninguna solución de compromiso. Hay cuadrillas especializadas en tipos de caldos, que son capaces de recorrer unos cuantos kilómetros para libar un buen zumo de parras; del mismo modo que otros se tragan lo que les echen.
Pues, uno de esos días en que trataba de recuperarme de una conferencia del “motivador” Diego Antoñanzas, entré en una taberna de Panxón, al objeto de tomarme un refrigerio y, he aquí que me encuentro con antiguos compañeros de “armas”, ex combatientes, en su mayoría, del extinto bar “Parente”, de Vigo (aquella cantina de la Plaza de la Estación, que más parecía una sucursal de la OTAN, eso sí dirigida por el más pacifista de los gallegos: “O señor Parente”.
A algunos nos costó reconocernos, pero enseguida todo fueron abrazos, risas y entrañables recuerdos. Al final uno me pregunta: 
-¿Pero tú dónde paras ahora?
 Me quedé algo perplejo, pero no tardé en reaccionar: 
-Yo, querido amigo, soy un apátrida…No tengo tasca ni tertulia. “Por eso non paro en ningures”.
Ante la incredulidad de los reunidos, tuve que explicar que mi estómago no estaba para esas juergas (que me había retirado o cortado la coleta, cual torero inválido o boxeador sonado), y de pronto todo fueron cuitas, seguidas de recomendaciones de galenos, santeros y pastillas milagrosas que les habrían salvado a ellos de úlceras y demás enemigos de las buenas papatorias y bebetorias, librándoles de una vida de aflicción y abatimiento.
A eso de las quince horas, tras desahogarse contra el mal funcionamiento de todas las instituciones públicas y privadas y contar “el último chiste”, todos salen corriendo a comer a sus respectivos domicilios (nadie sabe lo que tiene de yantar).
Ninguno pasaría un control de alcoholemia, y sin embargo no suelen tener accidentes, quizás porque, al contrario que muchos jóvenes, no beben para “colocarse”. Salvo la penúltima que suele ser de penalti, las otras suelen tomarse “a modiño”, en las pausas entre chistes y jocosas anécdotas, y si se “colocan” es por casualidad, ya que de la vergüenza que pasarían no volverían por la peña, pues habrían roto la regla de oro: “saber beber”.

Te puede interesar